jueves, 30 de octubre de 2008

El feliz viaje... del viaje... del viaje

Me voy a explicar esta vez –ejem-, o a intentarlo: con el feliz viaje del viaje del viaje me refiero a la preparación del periplo por territorio suramericano, que cabe dentro del peregrinaje más dilatado que empieza y termina en Brasil, partiendo, claro, desde Barcelona, un dichous, por supuesto. De ahí que sean dos viajes que se distinguen. Y feliz viaje, ¿por qué? Porque en el feliz viaje de organizar tales andanzas uno aún no posee el alcance cierto de todo lo que late dentro del deseo de ‘feliz viaje’ que los más allegados le procuran a uno. Quizás aún no me he explicado bien: a ver, por un lado están mis maletas a Brasil, y Brasil sería como mi campamento base en América, en el que me prolongaré por el período que lleva a un parto, más o menos; en esta partida pienso en aprender un poco de la lengua portuguesa, escribir un blog, leer unos pocos libros atrasados, traducir un libro y conocer un poco de Brasil y sus brasileños al tiempo que me recupero del estrésssss acumulado, por llamar de alguna forma a lo que venía cargando. Por otro lado están las andanzas por parte de América Latina, mucho menos prolongadas y que tendrían lugar durante el segundo de los tres trimestres planteados (el parto, ¿sí? –joder, a la edad de resucitar, un parto: parece que sigo con objetivos demasiado antinaturales-). Finalmente, en el feliz viaje, que es esa expresión que usamos para despedirnos de quien se va, quiero nominar a todos aquellos preparativos y perspectivas que trabajan para que uno tenga un buen viaje. Quiero decir que, cuando alguien que te quiere te dice ‘feliz viaje’, y suelta el corazón para que te lo lleves en frase de despedida, vaya, eso te llega y hay comunicación de la buena allí. Y entonces me pregunto yo, en ese hiato de lectura lenta y silencio a voces en el que tú y quien te quiere os seguís mirando, como comprendiendo: claro, espero que sí, siento que sí pero, ¿cuántas cosas caben en un feliz viaje y cómo desplego todo ese deseo sentido para desarrollarlo felizmente en el viaje? O sea que, al final, en ese ‘feliz viaje’ hay toda una manera de entender la marcha, y de eso voy a hablar. Hay quien dice que el viaje en sí, en esencia, está ya contenido en tu manera de partir. Y es en ese momento que te desean feliz viaje. El feliz viaje del viaje del viaje: ahora sí, ¿no? Bueno…

Porque viajar… ¿viajar? ¿Viajar y volver a viajar? A todo el mundo nos gusta eso, ¿sí? Y todo el mundo tiene idea de cómo hacerlo, a su manera, claro. Porque el viaje nunca es el mismo para ninguno de nosotros, pese a coincidir incluso en fechas y en lugares, y cada uno proyecta y resuelve en virtud de lo que anhela y sabe o, incluso, necesita. ¿Es así? Sin embargo, pienso, todos los viajes –en plan ocio me refiero-, se parecen y comparten una especie de evocación común: supongo que porque muchos viajes responden a un sueño de estar allí o a un deseo-voluntad de haber estado allí, casi todos los viajes han empezado siempre en la imaginación de cada uno -quizás a partir de la evocación onírica de una fotografía o de las tildes y susurros de algún narrador versado-, y es ahí en ese espacio reservado de la imaginación, proyectando, donde la idea de viaje nos hermana e iguala de base. Por eso nuestras reacciones cuando alguien nos dice que viaja aquí o allá son bien comunes, casi siempre con un ‘Oh! Qué suerte’, o un ‘Qué bonito tiene que ser aquello’ o un ‘Ah, yo estuve allí, me encantó, no dejes de visitar por aquí o por allá’. Esa evocación y esa proyección que consiguen que la palabra ‘viajar’ sea una de aquellas pocas que casi siempre se pronuncian como antecediendo a unos puntos suspensivos y a un reset al nivel del neuroblasto (independientemente que entendamos el viaje como lo que sucede mientras vas al lugar, cuando estás en el lugar o al llegar del lugar). Ji, ji, ji, neuroblasto, qué bestia que soy. Suena como fuerte, ¿eh? Neuroblasto.

El que viaja, en cambio, no está viviendo sólo la proyección o la evocación del viajar, porque va a hacerlo el viaje coño y, por tanto, vive esa emoción pero la traslada y la combina detrás de un saber hacer más racional que contempla también otras cosas, como el tiempo que dispone para terminar con los preparativos, que no queden cabos sueltos en tierra, las despedidas demoradas, la preocupación por el lugar de destino –el tiempo, el idioma, lo que va a gastar, los desplazamientos, el aprovechamiento del tiempo en plan relax o en plan explorador, los peligros, las recomendaciones, las enfermedades, las gentes del lugar, la maleta, ay, la maleta…-. Pese al relajo de salir y las chiribitas del deseo a tocar, el viaje en sí es bien atareado, y no todos tensamos igual esa relación entre el relajo y la tarea: que no viajamos igual pese a compartir el deseo en la proyectante evocación.

Recuerdo como caso paradigmático el de mi viaje a Nicaragua, durante el verano del 2005. Era uno de esos viajes en que dedicas tu único mes de vacaciones a trabajar en el terreno como brigadista internacional. El proyecto principal tenía sede en el Barrio de San Judas de Managua, la comunidad más conflictiva en la ciudad más conflictiva de un país bien conflictivo de la América Central. El grupo de diez personas que íbamos a colaborar en los proyectos ya iniciados de varias Fundaciones nos vinimos “formando” durante unos seis meses. Durante ese tiempo imagino que todos pensamos en las dificultades que íbamos a tener en el lugar. Mi caso particular fue ése: me preocupé poco, mas sólo pensé en las dificultades del lugar, como podrían ser la pobreza, el convivir con las familias de las chabolas del propio barrio –que nos adoptaban-, la criminalidad allí existente, los ojos con los que ellos me iban a ver a mí, no sé, las vacunas, el agua… y el proyecto, cómo desarrollar un proyecto en esas condiciones. Y ése fue mi error, en ese momento impensable: el mayor problema que hubo, o que tuve, fue relacionado con el propio grupo. La manera de enfocar ese viaje, de proyectarlo, de trabajarlo, de vivirlo al fin, era bien distinto entre nosotros, incluso incompatible, y nos dimos cuenta allí. Y, ¿cómo vas a pensar que personas que renuncian a su tiempo de descanso para gastar sus ahorros en inmiscuirse en labores de este nivel de sacrificio y entrega y trabajar sin más contraprestación que lo aprendido van a tener visiones tan diferentes del viaje? Quita la respiración: vaya lección aprendí.

Me vine al Brasil sabiendo que quería viajar por el continente suramericano. Sobre todo quería conocer Argentina ya que, desde el corralito del 2001, son muchos los argentinos con quienes he hecho amistad en Barcelona. Seguro que son todos ellos muy dispares, como todo hijo de vecino, pero dejadme decir que son gente de quienes sentí, en un primer momento, admiración por la cierta soltura que desprendían y el dominio del medio que improvisaban o, por lo menos, siempre me llamaron la atención , y hablo así en un nivel general, el resalte y la evidencia de esas cualidades que, junto a la libertad que las empujaba por el gaznate, contrastaban bien, en comparación, con la desleída opresión solapada, aceptada y burocratizada en la que yo, en plena ideología de la emancipación, loco siempre por salir de mí mismo, sentía que vivía la sociedad a la que llegaron, en la que yo era un reo miope más, quizás demasiado joven para no chirriar descarriado hacia cadenas perpetuas en mi futuro.

Sin duda Barcelona es de las ciudades más abiertas y cosmopolitas de España, y allende las fronteras, dicen, pero también esa gente sin duda llegaba con unas maneras de hacer y tomarse las cosas con un tono bien diferente al que los oriundos solíamos escuchar. Y no me refiero sólo a la dulce tonadilla con juego de cejas y mirada de frente que embobaba a todas las mujeres, no, sino también y sobre todo al uso de la espontaneidad y del sentido común, al recurso al diálogo, a la socialización en clave simpática y a la inclinación suficiente para nunca pasar desapercibidos. Era difícil, en esa Barcelona del 2001, que fluyera o se nutriera la naturalidad, entre las personas de destinos impares, una vez unas puertas herméticas cerraban un vagón estanco bajo la tierra. Lo sé porque lo intentaba. Lo que quiero decir es que, volviendo a la oleada mareada de argentinos que vinieron soñando El Dorado, esos ché daban la nota de humanidad al fin y al cabo, a mí por lo menos me resaltaban esos tintes que, por lo que yo conocía, reconocía diluidos en mis semejantes y, en cuanto precisara de sentirlos para mi administración, los tintes de humanidad venían pertrechados en corpus legislativos estancados, en algunas palabras vacías y en alienantes informes de solicitud apilados y numerados a cuenta de tu nombre. Es como si esos gauchos de la pampa y la milonga hubieran abierto, desde fuera, la puerta de la habitación de la que no habías salido. Entonces, para mí, era un poco así.

Yo gozaba del lenguaje de esos recién llegados, también en un sentido literal, cada vez que escuchaba otra manera, viva y descomunal, de decir lo que ya se decía y era común. Por el cuidado con que mimaban las palabras a veces cuando hablaban parecía que besaran pájaros y los echaran a volar. Por lo meridiano de sus expresiones, a veces, a la masiva esfera de lo terrestre la eclipsaba el singular y etéreo universo de una cuerda musical.

Con quien más me reía y aprendía y a quien más recuerdo con afecto y viveza es a Nazareno, el Nassa, ji, ji, ji, qué pérson. Éste, masticaba pájaros y los despedía con catapulta. Cada vez que le preguntaba 'dónde estás' y me respondía ‘en el bondi’, o ‘aquí al pedo’ o por un sí te daba un ‘tá’, o dos: ‘tá-tá’, con esa energía de gañote trabuquete y pelillos a la mar… Qué demostración de vida era ese chaval para mí, y qué ganas de verle tengo ahora en su ciudad natal, a la que tanto evocaba. Vive en Mendoza, con Alfre, a quien también conocí, aunque lamentablemente, menos tiempo. Mendoza: cuántas veces habré oído hablar de ella en este tiempo. Qué bien que hablaban siempre los argentinos de su país, y más de su ciudad, y más aún de su pueblo, si cabe. Debe ser o cultural o genético o nostálgico, no lo sé, pero lo practicaban, al albur de mi velado conocimiento que se revela, sin excepción. También tuve una hermosa relación con Sebas, la bajena de Rosario, con quien recuperé el aliento entrenando de verdad, y compartí juego más que con ningún otro con otro Sebas, qué grande Sebas, que finalmente volvió enamorado a Buenos Aires. Allí también están dos amigos más recientes, Pati y Mumi, y con todos ellos ya hemos intercambiado correos y haremos todo por pasarla bien. Qué hospitalarios son los argentinos, y qué rápido chequean el email. Qué ganas de verles a todos, amigos del rugby y la acertada casualidad. Y es que la casualidad -cuando ocurre, y por eso es casualidad- te la mires por donde te la mires, siempre acierta: menuda ciencia que revela los sentidos.

Ahora que tengo la oportunidad de viajar durante los tres meses que Bárbara no tiene clases en la Universidad y estoy anhelando salir por el simple hecho de salir, siento que tengo un sentido de tirar del hilo del recuerdo hasta traerme aquí ése tiempo, ese tiempo de frescura, novedad y diferencia que viví con ellos, y trasladarlo, no sólo en el tiempo, sino también de lugar. Siendo yo ya otro, este viaje del viaje, como cualquier día del año, da para conocer y, como vino pasando este tiempo desde que les vi, crecer con ello.

Me queda menos de un mes para abandonar momentáneamente Brasil y ya he empezado a urdir mi línea por los mapas. He pensado en recorrer toda la Argentina, y también subir por Chile algún trecho, conozco poco, y llegar al sur de Bolivia y dirigirme al Salar, en Uyuni: ay el salar, desde que lo vi en una foto, hace ya casi diez años, que pienso en él como el infinito al que aspiran las almas, tan cándido y lactescente. Y subir por Sucre, descender Potosí y cruzar las montañas de Cochabamba donde, casualmente, las dos escuelas religiosas en las que estudié realizaban sus proyectos o misiones, y rescatar allí la voz de niño de mi memoria y llegar a La Paz de camino al Titicaca para cruzar a Perú, y subir al Machu Pichu y bajar hacia Iquitos, y volar el Amazonas hasta Manaus y navegarlo hasta Belém. Asistir al Fórum Social Mundial, reencontrar allí a algún amigo implicado y conocer un Fórum otro. Y desplazarme hasta Fortaleza y encontrarme allí con amigos de Barcelona y costear el noreste brasileño en buggy, volar hasta el paraíso, sucursal en Noronha, vivir el Carnaval de Olinda y Salvador y seguir costeando hacia el sur y pasar por Río e Ilha do Mel y llegar a Florianópolis, aunque sólo después de habernos desviado hasta Curitiba e Iguazú.

Aunque estoy consiguiendo que el lío, en el dibujo en el mapa, esté más o menos claro, cada vez que leo la primera de las guías de estos países, la de Argentina, los tempos se me dilatan al eco de las diástoles. Y añado un par de días a Buenos Aires, y otro par a la Península Valdés, y a Salta, y a Jujuy… Sin duda la primera vez que uno visita un continente tan plagado de bellezas naturales tiene la tentación irreemplazable de recorrerse el cabo y el rabo pero, sin duda, se requiere de unos mínimos de relajación y de apertura para que los paisajes, de toda índole, desplieguen a la vista su recóndito esplendor, de modo que me bato entre ser fiel a los compases del corazón o bien someterme al irresoluto término medio; o bien meditar más profundamente hasta que, como un entregado yoggi, encuentre la verdad una. Sea como fuere, pienso que las horas dedicadas a organizar o a preconocer te rinden con tributo durante el viaje, pese a que tienen el límite de velar la espontaneidad que uno presiente cuando imagina el viaje.

Y la verdad, una o múltiple, es que queremos ver naturaleza, sí, conocer gentes, sobre todo gentes, y a lo que te lleven. Y fauna, mucha fauna, y mejor que no te lleven, pero bueno. Y montañas, inmensas montañas. Y vegetación, y volcanes, y glaciares, y novedades, montones de novedades, y cosas raras, súper raras, y cosas diferentes, y comportamientos naturales y antinaturales. Bueno, va a ser un viaje que, como si tratara de un juego, podríamos llamar “De Parque Natural a Reserva Nacional y tiro porque me toca”. Y vamos a levantarnos pronto y a hacer un poco de footing y a organizar siempre bien cada etapa -y cada día siguiente-, y vamos a vigilar los gastos y evitaremos el circuito turístico y hablaremos con mucha gente y comeremos cosas típicas y visitaremos amigos y, ayyyy, qué ganas de salir, salir y salir saliendo. Llego a la página 832, primera de las guías, Ushuaia, joé: aquí también hay lobos marinos, y cientos de aves, y faro del fin del mundo, bfff, y un glaciar y un parque nacional, voy a ponerle dos días más, ¡uh, no! Un día más…

Y así, enlazando pedazos de vida, voy preparándome hasta el 25 de Noviembre, fecha en la que salgo de Brasil hacia San Francisco, CA, USA. Allí tiene lugar la abertura por la que prosigue la ruta, la marcha, el viaje, el camino. Y allí está Claus.

Claus es cabal y cuerdo caballero, ciencia del coraje y coqueta reminiscencia, causa de cieno contigua y celeste; es cierto contrapunto en la comparsa del camino, casual y celebérrimo compañero de celebraciones y correrías, conocimiento cortés de ceremonias y cicatrices. Y un gran amigo. Es, como un hiato de lectura lenta interpretando unos ojos en comprensión, mi silencio a voces. En la cabal ciencia causal de las ciertas casualidades en mi conocimiento de si p entonces q, Claus es mi amigo C, que escribió a CH, Charlie Conti, y que es hermano de D, Dom, con quien inicié en León este peregrinaje al Brasil con B, Bárbara, donde llegué sufriendo por A, mi vida de Antes, que me estaba consumiendo a E, mi Energía y, en esta certera casualidad y conveniencia, me mandó para F, Florianópolis, con la fundante tarea de infundir voz a las palabras y, a las palabras, voz . Cuánta ciencia menuda.

Cabe que en mi feliz viaje cabe tirar del hilo hasta repescar esas bellas letras que dejé volcadas de medio lado y vaciándose en la enseñanza a través del deporte de mi vida. Ésa fue una decisión que trocó el curso que yo llevaba, y de eso hace años ahora: y quiso el tiempo de ahora que fuera ese trazo para mi horizonte un inefable arco iris, espejismo real que fulminó una tormenta no invocada de ambiente eléctrico. De modo que, ahora que parto con la alarma de sentirme de nuevo mejor a mí mismo, me veo realmente con la necesidad de resucitar en nueve meses, de rescatarme y no bromeo si te confieso que todos y cada uno de los elementos que te describí, durante este viaje que acabas de hacer conmigo, en cada uno de sus párrafos, se escribe la letra que me leerá. A través del Charlie Conti, qué bien encontrada está siempre la casualidad, se reescribe, como es en la noche que amanece un nuevo día, una nueva manera de nacer.

Y para no terminar de esta suerte magnánimo con este nudo gordiano, déjame atender a los cabos sueltos y contarte, al fin y al cabo, que al final y para acabar los viajes son una salida para ese yo que se atiende ocho horas al día, o mucho más. Son una escapatoria –que no huida-, un tiempo aparte y una recarga. Para juntar cabos te cuento que mi partida es, al cabo, ciertamente una escapatoria, en su acepción de abandono momentáneo del trabajo, es también un tiempo aparte en el que pienso en atar cabos y, sobre todo, es una recarga que retoma la corriente interrumpida del flujo de la formación que llevé a cabo hasta volcarme en lo profesional. Te echo un cabo: estoy con la sensación que al cabo de los años volcaron ideales y estoy en la disposición que, como dice el dicho, al cabo de los mil años vuelvan las aguas por donde solían ir. Y no sé, detrás de todo lo hermoso que tiene el salir y el viajar, en la navegación de mi feliz viaje entra también este entroncar de nuevo, este enterrar fértil, este enraizarse en la misma vivez sólida que la de quien un día, loco por salir de sí mismo, salió.

Y cerrar ciclo en aquéllas aguas, en ésa tierra, en este fango de mí mismo.

Disgregado mi pasado como el efecto del agua en miríadas cuando llueve, levanto la cabeza para orientarme a comprender el ciclo que licuó la gaseosa nube de la aparente nada. Con un viaje empezando, y entre efectos y apariencias voy, como trazando puentes, uniendo ciudades, amigos, sueños, cuentos inconclusos, propósitos y clarividencias. Del puente de Hercílio Luz al Golden Gate, y viceversa, se va a caminar un viajero con dos maletas diferentes y un paso aún vacilante: todo sea que filtren cada una de esas gotas y de la nada aparente nos brote un frutal.

Y de puente a puente... y tiro... porque pasa la corriente.