jueves, 2 de octubre de 2008

1. Por estos lares...


La Lagoa de Concençao: Aquí es donde vivo, en la Lagoa, el destino turístico quizás por antonomasia de la Isla de Santa Catarina. Me doy cuenta de su valor turístico, sobretodo, cuando debo realizar la compra en el supermercado. Todos ellos son pequeños, y todas mis compras igualmente caras. Por otro lado, estamos en invierno y, a parte de que la vida por estos hogares se cohibe a un tercio de la exuberancia que exhibe en los meses de verano, nadie me había dicho que aquí llovía tanto. Para reírse de mis pretensiones, quisieron los ciclos que hoy amaneciera con un sol despampanante. De todos modos, cada vez que llueve salgo a comprar y empiezo a interactuar con la población y costumbres locales. Sin duda es una ocasión nada desdeñable de saber qué comen, qué preferencias tienen, cuáles son sus lujos aquí y qué alimentos son la base de su dieta, al mismo tiempo que es una oportunidad de practicar mi incipiente portugués. De la categoría de guiri empanado con la que empecé mis experiencias en la compra -caracterizado por no saber articular tres palabras seguidas, ni seleccionar buenas ofertas, y responder a todo con un "eing?" con las cejas en alto, ojos in albis y rostro en stand by- he ascendido ya a la categoría de guiri pallaso, y no sólo por mi interés en empezar y terminar todos los intercambios con sonrisas, sino porque a la música de saber cómo empezar y cómo terminar mis conversaciones, le acompaña, en la parte digamos nuclear de la comunicación, toda una orquestación de mímica que complementa mi dominio del idioma con un componente visual digno del portugués más expresivo. Yo creo que mi mejora es tan evidente que ya se han dado cuenta de que he ascendido de mi condición, ya que, pese a seguir siendo guiri y pagando caro, no tan sólo ya no pierdo dinero en mis compras sino que, además, me reciben y se despiden con sonrisas.

Los alrededores: Quiso la benevolencia de un sol espartano que nos acercáramos por primera vez a la playa, la praia. Caminamos por el Paseo de las Rendeiras, el más conocido de la Lagoa, hasta la colina, el morro, de Galheta, en cuya vertiente opuesta, jugando con el Atlántico, se hayan Praia Mole -(playa "apática, sin energía", en la traducción, pero bien animada para un guiri pallaso del Mediterráneo)-, y Praia Galheta, a la que se puede acceder tras andar durante 15 minutos por un sendero, o trilha, entre charcos de la omnipresente lluvia y matorrales de la selva virgen. Se puede llegar a este paraíso del nudismo (única playa en la que es permitido) por otra trilha desde Barra de Lagoa, que conformaría la última de las praias que circundan el Morro de Galheta con el permiso de la Lagoa, que queda en el interior de la isla protegida por tantos otros morros de los que, quizás, ya os contaré. Nunca fui un experto oteador de playas y no valoré jamás la preferencia de unas sobre otras. Hasta el día el concepto de playa me llegaba asociado a una única imagen: y es que sí que me quedó impresa para siempre una idea sobre ellas -que es también una sensación-, fruto de mis veraneos de infancia y primera juventud, los cuales tuvieron lugar en la playa de Les Botigues de Sitges. Creo que, el no haber frecuentado tantísimas de ellas durante ese longo proceso de formación, ha forjado en mí una asociación inequívoca entre lo que es una playa y la imagen que se me muestra en la imaginación del rompeolas de Port Ginesta, su faro, el macizo de El Garraf a un lado y el sosegado mar Mediterráneo al otro, siempre dorado por un sol de despertarse o de acostarse, que son los momentos de soledad más íntima en los que corría por la orilla con esa visión y en los que pienso ha ido tomando forma la ligazón del concepto. No sé por qué motivo fue seleccionada la estampa de mi regreso a casa, en la que el puerto me queda de frente, y no la de partida, en la que por delante llega el Baix Llobregat y Barcelona al fondo. Sea como fuere, lo que les venía a contar es que, pese a mi escasa experiencia en tipos de playa, tuve una impresión bien fuerte caminando y rompiendo, como si fuera una capa mínima de hielo sobre el océano, la fina y compactada arena blanca de praia Galheta: era un pequeño paraíso bien tranquilo. Poco accesible y con el morro opulento precipitándose hasta la kilométrica franja de arena escarchada por las lluvias precedentes, sientes la compañía de las olas que, como batallones de espuma perfectamente alineados desfilándote hasta la orilla, te arrulla con su remor y te baila, al son de sus aguas con su ir y venir, la danza de la bienvenida. Como buena princesa (es también la playa para los "desviados"), le acepté el baile y tomé mi primer baño tropical. Una hora más tarde había perdido diez años y ninguno de esos bañistas se los pudo guardar en ningún bolsillo. Saludé a varios surfistas, y me di cuenta que cualquiera puede pasearse hacia la zona de dunas en la que muere esta playa, o beber de las fuentes de agua dulce que emanan del morro y desembocan en este spot de principiantes, como yo. Praia Mole es bien opuesta, no sólo porque está al otro lado de la trilha, sino porque es una playa bien transitada -supongo que porque queda bien al lado de la carretera y no tienes que desviarte mucho, aunque supongo también por su gran extensión de arena y sus olas medianas-. Mucha gente joven amante del deporte se acerca hasta esta playa que recibe de lleno el viento sur tan propio de la Isla de Santa Catarina, lo que propicia ver en un mismo espacio a chicos y chicas practicando el kite-surf, el parapente, el surf o el freesbee.

















Un poco más allá: Concluyendo que no podíamos refugiarnos tras la excusa del tiempo lluvioso para finalmente no salir del mini complejo amurallado en el que vivimos un grupo de españoles y portugueses, tras varios fines de semana en que la lluvia se había amotinado contra nuestros deseos de apertura, finalmente decidimos alquilar un par de vehículos y partir para Imbituba sí o sí. Imbituba es un municipio al sur de Florianópolis, capital del Estado de Santa Catrina, que se vino caracterizando hasta principios de los años '90 del siglo pasado por su carácter industrial. Un puerto con gran trajín de carbón y fertilizantes, una indústria cerámica próspera tiempo atrás y el asentamiento de un complejo carboquímico -como resultado de la indústria carboquímica que le precedió-, fueron sus señas de identidad durante gran parte del siglo. Este progreso llevó también consigo la construcción de las primeras vías asfaltadas, la ampliación de las redes eléctricas y de abastecimiento de agua, la instalación de las primeras agencias bancarias y unos vitales ingresos municipales. Con todo, la agresión al medio ambiente de ese fatídico humo rojizo resultante de la producción de ácidos comportó la clausura del gran complejo y el inicio de una crisis económica en el lugar (1993), la cual también vino marcada por el estado precario del puerto, la indústria cerámica obsoleta y constantes cambios en la administración municipal. Fue a partir de ese momento que Imbituba se centró en converger con la política del Estado de "Santa & Bela Catarina", según la cual esas tierras debían proporcionar incontables placeres a los turistas. Uno de los reclamos de este municipio desde la óptica del turista (en cualquier grado de su ascensión como guiri), es la presencia periódica de la ballena franca por esas playas desde los meses de julio a noviembre. El gran cetáceo abandona la Antártida para dirigirse hacia las aguas cálidas del sur de Brasil para criar y cuidar a sus crías. Nombrada de este modo por la docilidad que mostró durante siglos para ser cazada y manufacturada en barriles de aceite y otros bienes, debemos el reciente aumento gradual de su número a la crisis en que se sumió el comercio de susodicho aceite cuando dejó de utilizarse para la iluminación, la construcción o el escalfamiento de barcos y navíos. La última baleia franca capturada en Imbituba fue en 1973. En la actualidad, debemos sorprendernos agradablemente de que, pese a ser una de las especies más amenazadas del planeta, se pasara de visualizar 71 ejemplares en el 2005 a 200 en el 2006. Nuestro grupito de españoles y portugueses, repartidos en dos autos, partimos hacia Imbituba para, gratamente, ver unos diez ejemplares. No fue esa mi primera experiencia propiamente turística. La primera fue en la misma playa, donde tras aparcar el coche a las 9:02 -la cita turística es a las 9:00- noté como nuestras ingenuas vocaciones de balleneros greenpeace trocaron su estandarte "Save the wales" por un emoticono confundido al comprobar que, quien cobraba, vio en nuestros jetos de guiris recién descendidos a la primera fase empanada la posibilidad irrefutable de subir un 25% el coste ya turístico del pasaje. Ya en la fueraborda semirígida con capacidad para 20 personas a vabor, y otras 20 a estribor -eso me quedó claro de su portugués, claramente menos expresivo que el mío pero de tono mucho más elevado-, empecé a desarrollar, también desde el primer grado de ascensión, en este caso el entusiasta, mi faceta de guiri fotógrafo.




Sí, no os preocupéis, esta es la fase guiri fotógrafo entusiasta, y esa manchita negra es mi foto a la voz "miren a las 9:00 y verán la ballena". La ven? Puse zoom! Como en todo proceso de aprendizaje que empieza, las cosas sólo pueden ir a mejor, de modo que les muestro cómo ascendí de grado en los siguientes 30 minutos. Fíjense, se ve hasta cómo expulsa agua durante su respiración!:



Y como buen guiri fotógrafo entusiasta que se pone en contacto con sus amigos, les muestro a continuación las 60 fotos que se sucedieron una tras otra para el regocijo de mi nueva vocación recién explorada... Bueno, mejor les subo tres seleccionadas y luego me piden...











Bueno, lamentablemente aún hay funciones de la cámara que desconozco, como la de grabar la imagen una vez has aplicado el zoom, y quizás podrían ser un poco más espectaculares, pero lo que decíamos, lo bueno de empezar es que sólo puedes mejorar. Emocionados por la experiencia de presenciar las ballenas tan de cerca (una de ellas pasó justo por debajo de la embarcación y la zarandeó hasta que su espíritu juguetón fue colmado por los gritos histéricos de más de una docena de nosotros), decidimos poner rumbo otra vez sur para ver delfines, o golfinhos, en La Laguna. También tuvimos suerte, ya que parece ser que los muy golfos aprovechan el canal habilitado para la pesca en praia Molhes para echarse unos bañitos y robarle, juguetones, alguna que otra presa al paciente humano. Los vimos literalmente paseándose frente a los siete u ocho pescadores que pasaron la tarde echando una red muy característica por aquí, de dimensiones reducidas para poder ser lanzada y recogida en multitud de ocasiones. De vez en cuando un saltito para dejarse ver y ala, qué decirte, no sé quienes llevaban más paz en sus adentros: si los muy golfinhos, los pescadores o la pandilla de guiris exitosos que disfrutábamos, pies en tierra, del repetido espectáculo.









Así que, de esta guisa, pusimos definitivamente rumbo norte: de vuelta a la Lagoa. Antes aprovechamos para visitar otras playas de interés, como son Praia Rosa y Garopaba. La primera es un destino surfista perfectamente preparado y aclimatado para la llegada masiva de turistas en los meses de verano. Ese grado de turista, creo, debe estar bastante ascendido, ya que imagínense albergándose en una de las centenares de posadas que rebosan el morro que circunda la praia, que se encuentra a escasos 200 metros de tu alojamiento genuíno y con todo tipo de servicios dispuestos a lo largo de la arena preparados para ser consumidos en una auténtica recreación del Brasil de postal. El sol, la praia, tú, tu caipirinha, tu tabla de surf y el tanga al que te acercas para sacarte la foto. Me lo imaginaba con sólo verlo. El problema es que, al ser todavía invierno, de todo lo que dije en mi postal sólo estamos la praia, mi imaginación y un servidor. La segunda, Garopaba, entiendo que es conocida por las dimensiones del golfo que le da forma y cobijo. Comimos unos churros calientes y para casa, que para mi grado, ya está bien.