jueves, 25 de septiembre de 2008

Si pe entonces qu (preámbulo de "con f de fatatas")

Sólo un poco de la amistad: Lo que más me gusta de la amistad es la suerte de magia que reside en la conexión inicial entre ambas personas. En un momento en el que está todo por hacer, y por vivir, esa conexión, sorprendentemente, ya sabe que van a ser amigos. Parece obvio que el mimo y la aventura que se le presta a la relación tiene el color de los matices, pero sin duda yo quiero referirme a un valor preconsciente que permanece y que no deja de alentarme a seguir siendo cabal. Si me encontrara a mi mejor amigo de la infancia (os acordáis: mi mejor amigo, mi amigo imaginario, mi amigo del verano, ya no soy tu amigo...) ahora, 20 años después, volvería a sentir, si mostrara el suficiente grado de apertura, el alcance de esa conexión en un nivel profundo y, más en un primer plano -en este caso mostrando más lucidez que apertura-, sentiría el paso del tiempo y los cambios que, no todos conscientemente, en él se dan. ¿Por qué nuestros amigos han sido, y son, unos y no otros? Me da la impresión que con el tiempo la vivencia de la amistad madura: a veces hacia la lucidez, a veces hacia la profundidad. Por último sucede que, una vez creemos llevar el tiempo en el bolsillo, hablamos ya de un buen amigo, un viejo amigo o, incluso, un amigo de toda la vida.

Sólo un poco del amor: Lo que más me gusta del amor es su óptimo grado de apertura. Le distingue de todo lo contrario -que no es el odio que nos enseñaron en la lección de "sinónimos y antónimos", sino más bien una mala suerte de rendición, un (cierre)-, que tiene la virtud de proyectarse afuera y la suerte, o gratitud, de proporcionar salida a lo que orgánicamente ya no tenía escapatoria. Pienso en esas flores que, tras haber apurado el proceso orgánico natural encerradas en un capullo que las mima y las protege, siguen su maduración abriéndose al espectáculo de la vida con todo su esplendor. Estoy seguro que una lógica subyace en el subsuelo, mas no me preguntes de su orden, sus factores y sus relaciones para que te dé una conclusión lógica a lo que me aparece como una respuesta no sólo lógica, sino también estética y vital. No sé si la amistad lleva al amor y viceversa; no sé si es el amor quien lleva a la amistad y viceversa; y no sé si viceversa tiene el papel destacado en la relación y en la noción.

Solo un poco de la lógica: Es difícil explicar las causas efectivas que motivan una decisión, o lo que es inversamente lo mismo, descifrar por qué un suceso ha tenido lugar. En la historia que os voy a contar, "¿qué coño hago yo en Florianópolis?", tengo seis protagonistas con relación causal con el resultado final. Y ahí va el juego de cómo llegar de A a F:

A: Soy yo, el de Antes.
B: Mi enamorada, de antes y de ahora.
C: Mi amigo, que escribe un libro.
CH: El libro.
D: Mi amigo, que es hermano de mi amigo C.
E: Aquello que emprendí en España, donde dirigía mi energía.
F: Florianópolis...
^: Valdrá como la conjunción "y" en el lenguaje lógico.
¬: Valdrá como la negación "no" en el lenguaje lógico.
-->: Valdrá como la conclusión "entonces".

Y aquí viene la historia a contarnos algo: A^E ya no se ajustan ni en las aperturas ni en los (cierres). D viaja a España para recorrer entero el Camino de Santiago. A también necesita encontrar su camino y no desaprovecha la ocasión de estar con su amigo D. Se encuentran en la etapa de León, donde conocen a B. Por eso les presento el primer enunciado lógico:

A si ¬D --> ¬B.

A^B siguen el contacto durante los siguientes meses vía teléfono. En ese tiempo, A anima a B a aceptar la beca en F. De ahí el segundo enunciado lógico:

Si ¬{A^B} --> B^¬F.

E, por su parte, se va (cerrando) cada vez más inexorablemente. A lee a CH muy abiertamente. La lectura le traslada a sus quehaceres y sueños antiguos -los cuales dejó para entregarse a E, que también fue quehacer y sueño-, en los que atendía a libros, enseñaba la lengua, corregía textos, supervisaba traducciones, y pensaba en leer y en escribir. La relación A^B es cada vez más abierta, y la relación A^E cada vez más (cerrada). Por eso sucede la posibilidad que:

Si A^¬E --> A^{B^F}.

A escribe unos comentarios a C sobre CH. Cuando C viaja a Ibiza visita a A en Barcelona antes de partir para Italia. A^C hablan del magnetismo que emana esa isla, quizás proveniente del macizo de Es Vedrá, y hablan de una posible traducción, que ilusiona mucho a ambos. A explica a C que podría ser su miniproyecto en F. C explica a A que en F terminó de escribir a CH e investigó para un segundo libro, que también empezó en F. El mundo me parece muy grande para que sucedan tantas cosas, para un mismo tiempo, en un mismo lugar, así que podemos concluir que:

Si A^{C^CH^F} ^ {A^{¬E^{B^F}}} --> A^F, como forma corta del silogismo:

Si {A^{¬D-->¬B} ^{¬E-->{B^F}} ^{¬{A^B}-->B^¬F} ^ {A^{C^CH^F}-->A^F}} --> {A-->F}

Chicos, echadme abono que apuré.

Lo que más me gusta del futuro es que seguro que viene. Lo que más me gusta de la magia, o de la lógica combinada, es que te amaga cuándo. En el momento que visité a D para charlar de nuestro camino en el camino, sí sabía que el objetivo final no era tanto un destino de peregrinaje común como la revelación de un "yo mismo". En este sentido, no me dijo el Futuro cuándo, mas amagó el destino una apertura para mí, Francesc, en Florianópolis.







con f de fatatas


Sólo un poco de Florianópolis: No conozco nada de este lugar, pero tampoco sé nada de la amistad, ni del amor y muy poco de la lógica -ya que puedo asegurar que el debate está en las premisas y más difícilmente en la conclusión, aunque de eso también sé poco-, así que me atreveré un poco también con la Isla Mágica, que debe su nombre al republicano "pica-paus" y vencedor Floriano Peixoto (1894). Dicen los libros que Florianópolis es una província de Brasil y capital del Estado de Santa Catarina, bien al sureste. Bastante desconocida para el común de los españoles -(y esto ya es mío)-, pero muy popular entre las gentes de Argentina, Uruguay y Brasil -por cuestiones de proximidad geográfica, de benevolencia climática y de perfil cartográfico privilegiado, supongo-, y bien conocida por las gentes de Alemania -por proximidad histórica, benevolencia climática y perfil cartográfico privilegiado, supongo-, ha ido ganando adeptos por su oferta múltiple en deportes acuáticos de toda índole, siempre en torno a playas de arenas variadas, diversidad de olas, multiformes rocas y variopintos tonos. El 97% de su territorio lo conforma la Isla de Santa Catarina y, actualmente, se considera un destino turístico muy bien valorado tanto por la tranquilidad de sus parajes como por la apertura y amabilidad de sus gentes. Se vive tranquilo, cierto: mi casita es de maderita azul celeste y porticones blancos, y no sé si por este pintoresco, refinado y cálido dato o por los muros de dos metros rematados con tres fases de cableado eléctrico, las cámaras de seguridad y la puerta siempre cerrada del recinto que comparto con tres cabañitas más, todas de mis colores y en mi misma acera menos la mayor, de la casera, que está en la acera de en frente, sea la verdad dicha paseo por el jardín más ancho y relajado que dios. Será, como última posibilidad, que no ha llegado el verano, en el que la población en la isla se multiplica por tres, y puede que venga mucha más gente a cruzar por esta acera.

Sólo un poco de la historia de Florianópolis: Esta parte es la aburrida, te la puedes saltar, pues aunque nadie haya venido a certificarlo, parece que tarde o temprano perderemos todos la memoria. Sea como fuere, se tiene registro de ocupación humana en la Isla de Santa Catarina desde el quinto milenio antes de Cristo. Para hacernos una idea, valoremos que Irak estaba en Mesopotamia y no había nacido Jose Ramón Alexanco. Al sistema de vida tradicional basado en la agricultura, la ramadería y la pesca se le sumó el sector comercial con la llegada de los portugueses -sin Luís Figo y sin Cristiano Ronaldo, pese a lo comercial y lo portugués-, quienes la colonizaron en el Siglo XVI y la llamaron Nostra Senhora de Desterro. Fue una medida estratégica, tanto en el plano comercial como punto de abastecimiento en la Ruta al Mar de Plata, como en el geopolítico como modo de contrarestar el avance de la colonización española por las tierras del Nuevo Mundo. Más adelante, durante el Siglo XIX, cuando en la Vieja Europa ya se notaban los pros y los contras de la Revolución Industrial, las guerras entre Länder, que terminarían en la Unificación Alemana de 1871, provocaron un continuo corriente migratorio del campo a la ciudad que, cuando empezó a ser problemático -tanto por razones demográficas como económicas-, se transformó en una migración de la ciudad a la colonia. Eran el propio Gobierno Imperial y los Agentes de Emigración los principales impulsores de esta corriente migratoria de alemanes hacia el Estado de Santa Catarina, pero las promesas de aquéllos, junto con la esperanza de los 5 millones de alemanes que se desplazaron allí a lo largo de todo el siglo XIX, no fueron más que el pistoletazo de salida de una colonización, finalmente, marcada por el carácter perseverante, atento y esforzado de sus colonos y sus líderes.

Sólo un poco de la colonización alemana: La colonización no es un concepto que caiga simpático hoy en día. Sin embargo, de su estudio se pueden obtener grandes lecciones sobre todas las dimensiones del ser humano. Insisto que no sé nada, que yo sólo había oído campanas, pero lo que tienen la amistad, el amor y la lógica combinada en un día cualquiera en el que paseas por las calles de Florianópolis para preguntarle quién es: yo buscaba un restaurante para comer, y una tienda donde comprar cajas, sí, de cartón, para guardar cosas, y quiere el destino que me vea bajando unas escaleritas hacia un sótano en el subsuelo para encontrarme entre la memoria del tesoro, esta vez paginado en miles de ejemplares de segunda o tercera mano. La conversación con ese hombre fue no sólo fascinante, sino arrebatadora. Tras notar mi interés por saber más de la influencia alemana en la actual Florianópolis, me explicó que una figura cuya vida corre paralela al proceso de mayor cambio y desarrollo en Florianópolis, y cuyas hazañas se confunden con las de la propia ciudad, es la del alemán nacido en Hamburgo Carl Hoepcke, quien formó parte de las corrientes de inmigración mejor adaptadas al Nuevo Mundo (1848-1870) y emprendió ambiciosos planes comerciales y empresariales a partir de la experiencia y ayuda de su tío Ferdinand Hackradt, quien a su vez vivió los avatares del colonialismo en Blumenau, ciudad a la que dio nombre el Dr. Otto Blumenau quien, a cargo de la Sociedad de Protección de Alemanes al Sur de Brasil (1846) incentivado por Otto von Bismarck y Alexander von Humboldt, entre otros, transformó, lo que en 1852 eran once lotes de tierra, en una colonia que, 20 años después, era habitada por 6000 personas que se distribuían las funciones de escolarización, servicios médicos, elaboración de cerveza, azúcar, mandioca y vinagre, principalmente. Blumenau es la ciudad que mejor conserva esa tradición germana, y las estructuras tanto económicas como arquitectónicas que aún se sostienen se bañan a lo largo de cada mes de octubre con litros de cerveza durante la colonizada fiesta Oktoberfest. Sea como fuere, dar salida a miles de campesinos empobrecidos y desprotegidos de los saqueos y del proceso imparable de la industrialización mediante la concesión de la explotación de una nueva tierra no parece la peor de las soluciones desde una perspectiva europea. Cabe preguntarse y analizar, sin duda, el impacto que tales acciones suponen desde una perspectiva indígena.


Sólo un poco de Carl Hoepcke: Las civilizaciones a menudo se han superpuesto unas a otras expandiéndose mediante la destrucción de la memoria anterior a su llegada y no dejando piedra sobre piedra. Con lo que me quedo del proceso de colonización alemán es que personas, que después fueron líderes, esforzadas, atentas y perseverantes, como fue el caso de Carl Hoepcke, que aprovecharon su momento histórico, en este caso la Revolución Industrial en Europa, para beneficiar a ambas partes de las relaciones comerciales, al fin y al cabo consiguieran, para la historia, estampas de ilusión, fraternidad y esperanza como las que se vieron durante años a lo largo, ancho y alto del puente que, en Florianópolis, une a la Isla con el Continente. Cuentan que, cada vez que un navío se acercaba a la isla procedente de Europa, cargado con pasajeros y mercancías, o viceversa, cada vez que se alejaba hacia ese destino, la población de Florianópolis se reunía y amontonaba en el Puente Hercílio Luz para presenciar, rebosantes, el espectáculo del ir y venir de gentes, ideas, posibilidades, sueños, esperanzas y realidades.

Sólo un poco de mí en Florianópolis: Véme entre el vaivén de autobuses, u ónibus, que llegan y salen de las ajetreadas terminales rebosantes de Florianópolis, esquivando entre gentes mestizas de paso ligero y protagonista y andares de poca distracción, avanzando medio atento entre el vocerío del mercado, o camelódromo, y el griterío de las comparsas dispares organizadas al son de las inminentes elecciones, cómo paseo pensativo y curioso entre comercios y restaurantes hacia el puente de Hercilio Luz, construído en 1926 y cuyo nombre se debe al gobernador que firmó el tratado para la colonización a gran escala en 1895. Tras la lectura de mi primer libro en portugués, sé que aquí se hallaba antaño el muelle de Santa Rita, y el astillero de Arataca, levantado por Carl Hoepcke en pleno auge del desarrollo de la indústria naval: su actividad se ubicaba justo donde el puente, de unos 820 metros de longitud y de estructura colgante, asienta hoy día su base en la isla. Lo que en mi libro es un foco radiante de actividad fabril hoy día es un restaurante para bodas, bautizos y otras actividades febriles. La historia primero pasa y luego pesa, o viceversa. Parece ser que toda la vida mercantil y productiva de la província se concentraba en este núcleo urbano, y joder, yo no veo nada: un puente abandonado que nadie visita y un tráfico denso hacia la entrada del centro. Y es que hoy, pese al giro que ha dado el sistema económico insular, se le conoce a esta zona aún como El Centro.


Y aquí estoy, ya en el conocido puente, cuyo diseño no puedo evitar que me traslade a la Bahía de San Francisco, observando el variado contraste entre los edificios de nueva construcción y la vieja arquitectura portuguesa -que aún sostiene un pequeño protagonismo que se va diseminando en el tejido arterial que va desde el Camelódromo a la Avenida Beira Mar-, para ver en lontananza las favelitas de obra y de madera con colores que se reúnen y amontonan en la colina que delimita la zona centro en la vertiente opuesta. Me da la sensación que rebosan, y ostras, que presencian el ir y venir de gentes, ideas, posibilidades, sueños y esperanzas desde una perspectiva muy baladí. Esta multitud no se reúne y amontona ya para mirar al mar de los peces, mas a la tierra de las flores, al centro.

Esos hombres que unían a hombres, esos líderes que unían a comunidades, esos puentes que unían a territorios, esos barcos que unían a continentes... Desde este prodigio de la ingeniería de 5000 toneladas de acero americano, construído a partes similares entre brasileños y americanos, en el que antaño discurrieron tantas personas, pensamientos y sueños en forma de conjetura, discurrido el tiempo y corriendo la corriente, me viene a la mente la lógica y la magia combinada. Pienso en el misterio que precede a la sabiduría en la tienda de Chico, el regente del pequeño, escondido y subterráneo local rebosante de libros de segunda mano que me ha guiado en el acercamiento a la realidad alemana de Florianópolis. Medito en mi amigo C, de ascendencia alemana, que escribió a CH, y que está viviendo en San Francisco. Imagino a aquellos hombres para quienes los barcos les hablaban de un viejo y un nuevo mundo que se unían con vistas al por venir. Observo con semblante dispar a los hoteles altos junto a los edificios abandonados, recostados sobre otros envejecidos, que se hayan pegados a los de reciente construcción, que estan pared con pared con la horizontal y colorida arquitectura portuguesa, al otro lado de las favelitas con colores que, con el puente en obras desde hace quince años, tienen vistas al porvenir. Me pregunto, después, si el futuro vino, y qué le pretendió, cada cual.

Atento con la disparidad me gustaría que, de la familia Peixoto, el padre y la madre de Floriano, a quien debemos el nombre de Florianópolis (1894), hubieran pensado en darle a su hijo de la tierra el nombre que en el apellido es del mar, y que lo hubieran querido unir, como trazando un puente, como Luciano Martins, artista de su Florianópolis, lo vio y nos deja, para el porvenir. Y de nuevo pienso en aquellas flores que se abren al espectáculo con todo su esplendor.














jueves, 11 de septiembre de 2008

Si alguna vez tuve lo que fui




Un dichous es un dichous: Un jueves, como hoy, se conoce en idioma catalán como un dijous, y en el universo de aquéllos que nos reuníamos regularmente, y a lo largo de los años, tal día de la semana, se reconoce como un dichous. Pronunciarlo así, distinto, le daba la categoría exacta al nombre de referencia. No me preguntes por qué tenemos, al final, la habilidad de sellarle una naturaleza propia al común de las convenciones que nos sirven para relacionarnos. Léase que, quizás de algún modo, también nosotros tenemos la necesidad de elevarnos sobre los días que pasan y que entregamos mediante un sutil y nuestro alarde de identidad, mediante un guiño simpático a la permanencia de la vida que, también en su día, pasó y se nos entregó.


La familia: Y ahí me tienes, quizás trece años después de la Fundación Oficial de aquéllos encuentros entre amigos, en el Aeropuerto del Prat, en Barcelona, un dichous, a punto de tomar un vuelo con destino a América, aquél continente al que la convención se refirió como el Nuevo Mundo y que ahora, para mi pequeño universo, iba a significar realmente. Y ahí me tienes, rodeado como en pocas oportunidades sucede, quiéralo el azar y la ocasión, de mi familia. Créeme si te digo que, cuando tocó alejarse por las escaleras mecánicas, automáticamente, sentí la presencia de su sangre más fluída que nunca. Me dio la sensación de que me habían querido siempre, y ese sentir no ocurre a cada momento aunque permanezcas muy cerca a su lado. Y ahí me tienes, ya en la zona de embarque, en el piso superior, saludándoles cada vez que los recovecos de las cintas, esas que habilitan para el mejor rendimiento de la cola de personas dispuestas a partir, me acercaban al punto desde el que era posible reanudar contacto visual con la escena que ya había quedado grabada en mi recuerdo. Y ahí me tienes, contemplando, mientras alzaba tímidamente mi mano, encogiendo y estirando cada vez más lentamente mis dedos dibujando para el aire una penúltima despedida, cómo mis sobrinos, disfrazados de adorables espadachines, protagonizaban ya la siguiente escena de una obra que, de ese momento en adelante, iba a compartir escenarios bien distantes. Ellos jugaban a batirse, mis hermanos acompañaban el duelo con risas e indicaciones, mis padres se miraban y sonreían. Yo, disimulando, traté de no entorpecer el ritmo de la cola de personas que partían.


A Zurich: Ya en la puerta del vuelo que partía hacia Zurich hice una última llamada y recibí, aun con sorpresa, la última conexión con mis padres. Querían saber cómo estaba y les expliqué que había conocido a Ángela, una brasileira que, al verme vestido con la camiseta carioca que me habían regalado mis amigos durante la fiesta que me prepararon como despedida, se había maravillado de mi dominio del idioma español. Iba a ayudarle con la conexión de vuelos en Zurich, ya que ella era fatal para estas cosas, y ya me había empezado a hablar sobre las maravillas de Paraná, donde por primera vez en tres años iba a reunirse con sus tres hijas, la mayor de las cuales, de 21 años, había quedado embarazada y rechazada por un joven de Sao Paulo en Japón, donde trabajaban. Ángela estuvo casada con un señor japonés, después divorciada y actualmente tenía un enamorado -como dicen en portugués-, también de Sao Paulo, en Barcelona. Mis padres sonreían al otro lado del teléfono como cerciorándose de que la vida sigue con la historia, y yo me miraba a Ángela pensando que iba a tomar su mismo vuelo para encontrarme con mi enamorada -como dicen en portugués-, que es de Salamanca, que conocí como peregrino en León, que estudia en Florianópolis y que, recréase el azar en la ocasión, tiene 21 años.


A Sao Paulo: Tras hacer el último gasto en euros en un agua para ella y un sprite para mí, la dejé en su asiento del Boeing 747 citándonos para la salida, 12 horas más tarde. A mí me toco en la fila central y hacia la parte trasera del avión. A mi izquierda tenía una pareja de la Guayana, aunque eso no lo supe hasta prácticamente el final del trayecto. A mi derecha, en cambio, se sentó Rodrigo Sá, un cantante y capoeirista de Sao Paulo que se presentó al momento de mirarnos diciendo "Sá", a lo que respondo "Ro". Me lo miro levantando ceja y comisura izquierdas, mientras asentía con la cabeza, como respondiendo a sus ojos abiertos, cejas de arco en tensión y desplazamiento hacia atrás del cráneo como dejándole el espacio a la sorpresa. Sí, sí, "Ro-Sa", le digo. Acto seguido nos pusimos a hablar de los seis meses que había estado él viajando por Europa, tocando en el Rock in Rio y otros conciertos en Lisboa, Madrid, Bruselas y Amsterdam. Ahora su viaje tocaba a su fin y le esperaba su enamorada doce horas más allá en el tiempo y 7000km más allá del punto en el que nos tocó empezar a discurrir. También lo hicimos sobre mi viaje, que en este sentido geográfico, no era un regreso, y que en el sentido de vivencia, tenía todo por empezar.


A Florianópolis: Pese a tener que hacer una hora de cola extranjera con recovecos en el control de aduanas del aeropuerto, tras recoger mi equipaje facturado me encontré a Sá en la cola mixta con recovecos de la puerta que anuncia con un cartel: "Nada que declarar". Con tanto enamorado al otro lado de un aeropuerto me sonaba a improcedente lo de "nada que declarar", pero pensé que igual pondrían el cartel con expresión antónima en la zona de las escaleras mecánicas, aquéllas que automáticamente transportan y deslizan mensajes de despedida y bienvenida. Cuando fue el momento de la bienvenida para Sá, me miró con esos ojos verde claro, con brillos de transparencia que me trasladaron a la orilla del mar de las mejores postales de Brasil, y me dijo: Buena persona Ro, y mientras le sonreía sin declarar nada me dijo: Acompáñame y conocerás a mi enamorada -como dicen en portugués. Allí nos despedimos, y en la distancia que mediaba entre nuestras manos en alto mientras nos alejábamos habían vitalidad e ilusión en el porvenir a ritmo de capoeira y berimbau. "Escríbeme!", él. "Claro!", yo. "La TAM?" yo. "Por allá!", él. La TAM estaba por allá, pero el por allá era muy extenso y en él se escribía y hablaba en português. Lo mejor del "por allá" es que la sección Conexión-Transferencia, que es la que aparentemente yo buscaba y encontré a escasos metros, por lo menos se duplica en Guarulhos, sin que ningun cartel, aparentemente, señale distinción alguna en por qué a ti te corresponde una sección u otra que, evidentemente y para añadirle más ritmo al baile de maletas y a mis escenas de aeropuerto, están ubicadas estratégicamente en pisos diferentes y alas opuestas. Si los carteles no daban solución debía ser porque la tenían el personal del aeropuerto. Quedaban trenta minutos para la salida de mi vuelo final, y yo debía emitir mi billete en papel, facturar de nuevo la maleta, curvear los recovecos de la cola de las personas que ya partieron y deben embarcar, que por algo somos los de la sección Conexión-Transferencia, llegar a mi puerta de embarque y partir. Y con toda esa gente, y esas colas, y falando português. Tras comprobar tres puntos de vista diferentes sobre la sección a la que debía acudir, hice mi tercer amigo brasileiro con una gota de sudor en la frente y gesticulando más que un urbano con almorranas. Me llevó hasta los recovecos, pero no los convencionales, no. Me llevó por los pasillos con recovecos por los que pasean los almirantes, los tripulantes y los currantes del mundo de la aviación. No me preguntes cómo llegamos a la primera planta del Aeropuerto de Guarulhos sin subir un puto peldaño, pero cuando llegamos a la zona de recovecos de la sección Conexión-Transferencia 2, y el 2 es mío, llamó a su compadre Joao con voz intestinal, le explicó los vericuetos de mi peregrinaje por las terminales del lugar y mi destino, e ipso facto retiró un par de cintas y me colocó a salvo en la cola adecuada, desde la que pude comprobar, durante los siguientes 10 minutos, cómo Joao abría, retiraba y cerraba cintas dibujando recovecos a su interés y el de las colas que, me pude cerciorar, iban todas al ritmo intenso que pautaba la urgencia de cada vuelo. Al compás de su voz entonando "Curitiba!", "Porto Alegre!", "Florianópolis!", y sus pasos marcando el nuevo diseño de la cola a ocupar, yo entre el éxito y el colapso venía pensando: vaya samba la del lugar.


En Florianópolis: Observé la isla al detalle a medida que el avión encaraba su aterrizaje. No he querido hacerme muchas ideas previas por no subir ni bajar nota a mi prejuicio, así que parto de cero con mis valoraciones y a empezar. Ya con el equipaje en la mano, sin recovecos accedí a la sala de bienvenidas. A falta de cartel entiendo que puedo declarar y declaro que Florianópolis ese viernes se había levantado muy pronto, y tras alisar sus mechas rubias y vestir de rojo la zona del corazón, regalaba al viajero una sonrisa encontrada, ojos de aventura compartida y un rostro que, acompañando a las manos abiertas del abrazo, soltaba a cada paso la espera y apretaba, a cada latido, la emoción. Florianópolis me supo a familiar, y como dos niños jugando a las espadas, mi enamorada -como dicen aquí en Brasil-, y yo, fuimos acortándonos las frases con preguntas, guiños y besos.