jueves, 30 de octubre de 2008

El feliz viaje... del viaje... del viaje

Me voy a explicar esta vez –ejem-, o a intentarlo: con el feliz viaje del viaje del viaje me refiero a la preparación del periplo por territorio suramericano, que cabe dentro del peregrinaje más dilatado que empieza y termina en Brasil, partiendo, claro, desde Barcelona, un dichous, por supuesto. De ahí que sean dos viajes que se distinguen. Y feliz viaje, ¿por qué? Porque en el feliz viaje de organizar tales andanzas uno aún no posee el alcance cierto de todo lo que late dentro del deseo de ‘feliz viaje’ que los más allegados le procuran a uno. Quizás aún no me he explicado bien: a ver, por un lado están mis maletas a Brasil, y Brasil sería como mi campamento base en América, en el que me prolongaré por el período que lleva a un parto, más o menos; en esta partida pienso en aprender un poco de la lengua portuguesa, escribir un blog, leer unos pocos libros atrasados, traducir un libro y conocer un poco de Brasil y sus brasileños al tiempo que me recupero del estrésssss acumulado, por llamar de alguna forma a lo que venía cargando. Por otro lado están las andanzas por parte de América Latina, mucho menos prolongadas y que tendrían lugar durante el segundo de los tres trimestres planteados (el parto, ¿sí? –joder, a la edad de resucitar, un parto: parece que sigo con objetivos demasiado antinaturales-). Finalmente, en el feliz viaje, que es esa expresión que usamos para despedirnos de quien se va, quiero nominar a todos aquellos preparativos y perspectivas que trabajan para que uno tenga un buen viaje. Quiero decir que, cuando alguien que te quiere te dice ‘feliz viaje’, y suelta el corazón para que te lo lleves en frase de despedida, vaya, eso te llega y hay comunicación de la buena allí. Y entonces me pregunto yo, en ese hiato de lectura lenta y silencio a voces en el que tú y quien te quiere os seguís mirando, como comprendiendo: claro, espero que sí, siento que sí pero, ¿cuántas cosas caben en un feliz viaje y cómo desplego todo ese deseo sentido para desarrollarlo felizmente en el viaje? O sea que, al final, en ese ‘feliz viaje’ hay toda una manera de entender la marcha, y de eso voy a hablar. Hay quien dice que el viaje en sí, en esencia, está ya contenido en tu manera de partir. Y es en ese momento que te desean feliz viaje. El feliz viaje del viaje del viaje: ahora sí, ¿no? Bueno…

Porque viajar… ¿viajar? ¿Viajar y volver a viajar? A todo el mundo nos gusta eso, ¿sí? Y todo el mundo tiene idea de cómo hacerlo, a su manera, claro. Porque el viaje nunca es el mismo para ninguno de nosotros, pese a coincidir incluso en fechas y en lugares, y cada uno proyecta y resuelve en virtud de lo que anhela y sabe o, incluso, necesita. ¿Es así? Sin embargo, pienso, todos los viajes –en plan ocio me refiero-, se parecen y comparten una especie de evocación común: supongo que porque muchos viajes responden a un sueño de estar allí o a un deseo-voluntad de haber estado allí, casi todos los viajes han empezado siempre en la imaginación de cada uno -quizás a partir de la evocación onírica de una fotografía o de las tildes y susurros de algún narrador versado-, y es ahí en ese espacio reservado de la imaginación, proyectando, donde la idea de viaje nos hermana e iguala de base. Por eso nuestras reacciones cuando alguien nos dice que viaja aquí o allá son bien comunes, casi siempre con un ‘Oh! Qué suerte’, o un ‘Qué bonito tiene que ser aquello’ o un ‘Ah, yo estuve allí, me encantó, no dejes de visitar por aquí o por allá’. Esa evocación y esa proyección que consiguen que la palabra ‘viajar’ sea una de aquellas pocas que casi siempre se pronuncian como antecediendo a unos puntos suspensivos y a un reset al nivel del neuroblasto (independientemente que entendamos el viaje como lo que sucede mientras vas al lugar, cuando estás en el lugar o al llegar del lugar). Ji, ji, ji, neuroblasto, qué bestia que soy. Suena como fuerte, ¿eh? Neuroblasto.

El que viaja, en cambio, no está viviendo sólo la proyección o la evocación del viajar, porque va a hacerlo el viaje coño y, por tanto, vive esa emoción pero la traslada y la combina detrás de un saber hacer más racional que contempla también otras cosas, como el tiempo que dispone para terminar con los preparativos, que no queden cabos sueltos en tierra, las despedidas demoradas, la preocupación por el lugar de destino –el tiempo, el idioma, lo que va a gastar, los desplazamientos, el aprovechamiento del tiempo en plan relax o en plan explorador, los peligros, las recomendaciones, las enfermedades, las gentes del lugar, la maleta, ay, la maleta…-. Pese al relajo de salir y las chiribitas del deseo a tocar, el viaje en sí es bien atareado, y no todos tensamos igual esa relación entre el relajo y la tarea: que no viajamos igual pese a compartir el deseo en la proyectante evocación.

Recuerdo como caso paradigmático el de mi viaje a Nicaragua, durante el verano del 2005. Era uno de esos viajes en que dedicas tu único mes de vacaciones a trabajar en el terreno como brigadista internacional. El proyecto principal tenía sede en el Barrio de San Judas de Managua, la comunidad más conflictiva en la ciudad más conflictiva de un país bien conflictivo de la América Central. El grupo de diez personas que íbamos a colaborar en los proyectos ya iniciados de varias Fundaciones nos vinimos “formando” durante unos seis meses. Durante ese tiempo imagino que todos pensamos en las dificultades que íbamos a tener en el lugar. Mi caso particular fue ése: me preocupé poco, mas sólo pensé en las dificultades del lugar, como podrían ser la pobreza, el convivir con las familias de las chabolas del propio barrio –que nos adoptaban-, la criminalidad allí existente, los ojos con los que ellos me iban a ver a mí, no sé, las vacunas, el agua… y el proyecto, cómo desarrollar un proyecto en esas condiciones. Y ése fue mi error, en ese momento impensable: el mayor problema que hubo, o que tuve, fue relacionado con el propio grupo. La manera de enfocar ese viaje, de proyectarlo, de trabajarlo, de vivirlo al fin, era bien distinto entre nosotros, incluso incompatible, y nos dimos cuenta allí. Y, ¿cómo vas a pensar que personas que renuncian a su tiempo de descanso para gastar sus ahorros en inmiscuirse en labores de este nivel de sacrificio y entrega y trabajar sin más contraprestación que lo aprendido van a tener visiones tan diferentes del viaje? Quita la respiración: vaya lección aprendí.

Me vine al Brasil sabiendo que quería viajar por el continente suramericano. Sobre todo quería conocer Argentina ya que, desde el corralito del 2001, son muchos los argentinos con quienes he hecho amistad en Barcelona. Seguro que son todos ellos muy dispares, como todo hijo de vecino, pero dejadme decir que son gente de quienes sentí, en un primer momento, admiración por la cierta soltura que desprendían y el dominio del medio que improvisaban o, por lo menos, siempre me llamaron la atención , y hablo así en un nivel general, el resalte y la evidencia de esas cualidades que, junto a la libertad que las empujaba por el gaznate, contrastaban bien, en comparación, con la desleída opresión solapada, aceptada y burocratizada en la que yo, en plena ideología de la emancipación, loco siempre por salir de mí mismo, sentía que vivía la sociedad a la que llegaron, en la que yo era un reo miope más, quizás demasiado joven para no chirriar descarriado hacia cadenas perpetuas en mi futuro.

Sin duda Barcelona es de las ciudades más abiertas y cosmopolitas de España, y allende las fronteras, dicen, pero también esa gente sin duda llegaba con unas maneras de hacer y tomarse las cosas con un tono bien diferente al que los oriundos solíamos escuchar. Y no me refiero sólo a la dulce tonadilla con juego de cejas y mirada de frente que embobaba a todas las mujeres, no, sino también y sobre todo al uso de la espontaneidad y del sentido común, al recurso al diálogo, a la socialización en clave simpática y a la inclinación suficiente para nunca pasar desapercibidos. Era difícil, en esa Barcelona del 2001, que fluyera o se nutriera la naturalidad, entre las personas de destinos impares, una vez unas puertas herméticas cerraban un vagón estanco bajo la tierra. Lo sé porque lo intentaba. Lo que quiero decir es que, volviendo a la oleada mareada de argentinos que vinieron soñando El Dorado, esos ché daban la nota de humanidad al fin y al cabo, a mí por lo menos me resaltaban esos tintes que, por lo que yo conocía, reconocía diluidos en mis semejantes y, en cuanto precisara de sentirlos para mi administración, los tintes de humanidad venían pertrechados en corpus legislativos estancados, en algunas palabras vacías y en alienantes informes de solicitud apilados y numerados a cuenta de tu nombre. Es como si esos gauchos de la pampa y la milonga hubieran abierto, desde fuera, la puerta de la habitación de la que no habías salido. Entonces, para mí, era un poco así.

Yo gozaba del lenguaje de esos recién llegados, también en un sentido literal, cada vez que escuchaba otra manera, viva y descomunal, de decir lo que ya se decía y era común. Por el cuidado con que mimaban las palabras a veces cuando hablaban parecía que besaran pájaros y los echaran a volar. Por lo meridiano de sus expresiones, a veces, a la masiva esfera de lo terrestre la eclipsaba el singular y etéreo universo de una cuerda musical.

Con quien más me reía y aprendía y a quien más recuerdo con afecto y viveza es a Nazareno, el Nassa, ji, ji, ji, qué pérson. Éste, masticaba pájaros y los despedía con catapulta. Cada vez que le preguntaba 'dónde estás' y me respondía ‘en el bondi’, o ‘aquí al pedo’ o por un sí te daba un ‘tá’, o dos: ‘tá-tá’, con esa energía de gañote trabuquete y pelillos a la mar… Qué demostración de vida era ese chaval para mí, y qué ganas de verle tengo ahora en su ciudad natal, a la que tanto evocaba. Vive en Mendoza, con Alfre, a quien también conocí, aunque lamentablemente, menos tiempo. Mendoza: cuántas veces habré oído hablar de ella en este tiempo. Qué bien que hablaban siempre los argentinos de su país, y más de su ciudad, y más aún de su pueblo, si cabe. Debe ser o cultural o genético o nostálgico, no lo sé, pero lo practicaban, al albur de mi velado conocimiento que se revela, sin excepción. También tuve una hermosa relación con Sebas, la bajena de Rosario, con quien recuperé el aliento entrenando de verdad, y compartí juego más que con ningún otro con otro Sebas, qué grande Sebas, que finalmente volvió enamorado a Buenos Aires. Allí también están dos amigos más recientes, Pati y Mumi, y con todos ellos ya hemos intercambiado correos y haremos todo por pasarla bien. Qué hospitalarios son los argentinos, y qué rápido chequean el email. Qué ganas de verles a todos, amigos del rugby y la acertada casualidad. Y es que la casualidad -cuando ocurre, y por eso es casualidad- te la mires por donde te la mires, siempre acierta: menuda ciencia que revela los sentidos.

Ahora que tengo la oportunidad de viajar durante los tres meses que Bárbara no tiene clases en la Universidad y estoy anhelando salir por el simple hecho de salir, siento que tengo un sentido de tirar del hilo del recuerdo hasta traerme aquí ése tiempo, ese tiempo de frescura, novedad y diferencia que viví con ellos, y trasladarlo, no sólo en el tiempo, sino también de lugar. Siendo yo ya otro, este viaje del viaje, como cualquier día del año, da para conocer y, como vino pasando este tiempo desde que les vi, crecer con ello.

Me queda menos de un mes para abandonar momentáneamente Brasil y ya he empezado a urdir mi línea por los mapas. He pensado en recorrer toda la Argentina, y también subir por Chile algún trecho, conozco poco, y llegar al sur de Bolivia y dirigirme al Salar, en Uyuni: ay el salar, desde que lo vi en una foto, hace ya casi diez años, que pienso en él como el infinito al que aspiran las almas, tan cándido y lactescente. Y subir por Sucre, descender Potosí y cruzar las montañas de Cochabamba donde, casualmente, las dos escuelas religiosas en las que estudié realizaban sus proyectos o misiones, y rescatar allí la voz de niño de mi memoria y llegar a La Paz de camino al Titicaca para cruzar a Perú, y subir al Machu Pichu y bajar hacia Iquitos, y volar el Amazonas hasta Manaus y navegarlo hasta Belém. Asistir al Fórum Social Mundial, reencontrar allí a algún amigo implicado y conocer un Fórum otro. Y desplazarme hasta Fortaleza y encontrarme allí con amigos de Barcelona y costear el noreste brasileño en buggy, volar hasta el paraíso, sucursal en Noronha, vivir el Carnaval de Olinda y Salvador y seguir costeando hacia el sur y pasar por Río e Ilha do Mel y llegar a Florianópolis, aunque sólo después de habernos desviado hasta Curitiba e Iguazú.

Aunque estoy consiguiendo que el lío, en el dibujo en el mapa, esté más o menos claro, cada vez que leo la primera de las guías de estos países, la de Argentina, los tempos se me dilatan al eco de las diástoles. Y añado un par de días a Buenos Aires, y otro par a la Península Valdés, y a Salta, y a Jujuy… Sin duda la primera vez que uno visita un continente tan plagado de bellezas naturales tiene la tentación irreemplazable de recorrerse el cabo y el rabo pero, sin duda, se requiere de unos mínimos de relajación y de apertura para que los paisajes, de toda índole, desplieguen a la vista su recóndito esplendor, de modo que me bato entre ser fiel a los compases del corazón o bien someterme al irresoluto término medio; o bien meditar más profundamente hasta que, como un entregado yoggi, encuentre la verdad una. Sea como fuere, pienso que las horas dedicadas a organizar o a preconocer te rinden con tributo durante el viaje, pese a que tienen el límite de velar la espontaneidad que uno presiente cuando imagina el viaje.

Y la verdad, una o múltiple, es que queremos ver naturaleza, sí, conocer gentes, sobre todo gentes, y a lo que te lleven. Y fauna, mucha fauna, y mejor que no te lleven, pero bueno. Y montañas, inmensas montañas. Y vegetación, y volcanes, y glaciares, y novedades, montones de novedades, y cosas raras, súper raras, y cosas diferentes, y comportamientos naturales y antinaturales. Bueno, va a ser un viaje que, como si tratara de un juego, podríamos llamar “De Parque Natural a Reserva Nacional y tiro porque me toca”. Y vamos a levantarnos pronto y a hacer un poco de footing y a organizar siempre bien cada etapa -y cada día siguiente-, y vamos a vigilar los gastos y evitaremos el circuito turístico y hablaremos con mucha gente y comeremos cosas típicas y visitaremos amigos y, ayyyy, qué ganas de salir, salir y salir saliendo. Llego a la página 832, primera de las guías, Ushuaia, joé: aquí también hay lobos marinos, y cientos de aves, y faro del fin del mundo, bfff, y un glaciar y un parque nacional, voy a ponerle dos días más, ¡uh, no! Un día más…

Y así, enlazando pedazos de vida, voy preparándome hasta el 25 de Noviembre, fecha en la que salgo de Brasil hacia San Francisco, CA, USA. Allí tiene lugar la abertura por la que prosigue la ruta, la marcha, el viaje, el camino. Y allí está Claus.

Claus es cabal y cuerdo caballero, ciencia del coraje y coqueta reminiscencia, causa de cieno contigua y celeste; es cierto contrapunto en la comparsa del camino, casual y celebérrimo compañero de celebraciones y correrías, conocimiento cortés de ceremonias y cicatrices. Y un gran amigo. Es, como un hiato de lectura lenta interpretando unos ojos en comprensión, mi silencio a voces. En la cabal ciencia causal de las ciertas casualidades en mi conocimiento de si p entonces q, Claus es mi amigo C, que escribió a CH, Charlie Conti, y que es hermano de D, Dom, con quien inicié en León este peregrinaje al Brasil con B, Bárbara, donde llegué sufriendo por A, mi vida de Antes, que me estaba consumiendo a E, mi Energía y, en esta certera casualidad y conveniencia, me mandó para F, Florianópolis, con la fundante tarea de infundir voz a las palabras y, a las palabras, voz . Cuánta ciencia menuda.

Cabe que en mi feliz viaje cabe tirar del hilo hasta repescar esas bellas letras que dejé volcadas de medio lado y vaciándose en la enseñanza a través del deporte de mi vida. Ésa fue una decisión que trocó el curso que yo llevaba, y de eso hace años ahora: y quiso el tiempo de ahora que fuera ese trazo para mi horizonte un inefable arco iris, espejismo real que fulminó una tormenta no invocada de ambiente eléctrico. De modo que, ahora que parto con la alarma de sentirme de nuevo mejor a mí mismo, me veo realmente con la necesidad de resucitar en nueve meses, de rescatarme y no bromeo si te confieso que todos y cada uno de los elementos que te describí, durante este viaje que acabas de hacer conmigo, en cada uno de sus párrafos, se escribe la letra que me leerá. A través del Charlie Conti, qué bien encontrada está siempre la casualidad, se reescribe, como es en la noche que amanece un nuevo día, una nueva manera de nacer.

Y para no terminar de esta suerte magnánimo con este nudo gordiano, déjame atender a los cabos sueltos y contarte, al fin y al cabo, que al final y para acabar los viajes son una salida para ese yo que se atiende ocho horas al día, o mucho más. Son una escapatoria –que no huida-, un tiempo aparte y una recarga. Para juntar cabos te cuento que mi partida es, al cabo, ciertamente una escapatoria, en su acepción de abandono momentáneo del trabajo, es también un tiempo aparte en el que pienso en atar cabos y, sobre todo, es una recarga que retoma la corriente interrumpida del flujo de la formación que llevé a cabo hasta volcarme en lo profesional. Te echo un cabo: estoy con la sensación que al cabo de los años volcaron ideales y estoy en la disposición que, como dice el dicho, al cabo de los mil años vuelvan las aguas por donde solían ir. Y no sé, detrás de todo lo hermoso que tiene el salir y el viajar, en la navegación de mi feliz viaje entra también este entroncar de nuevo, este enterrar fértil, este enraizarse en la misma vivez sólida que la de quien un día, loco por salir de sí mismo, salió.

Y cerrar ciclo en aquéllas aguas, en ésa tierra, en este fango de mí mismo.

Disgregado mi pasado como el efecto del agua en miríadas cuando llueve, levanto la cabeza para orientarme a comprender el ciclo que licuó la gaseosa nube de la aparente nada. Con un viaje empezando, y entre efectos y apariencias voy, como trazando puentes, uniendo ciudades, amigos, sueños, cuentos inconclusos, propósitos y clarividencias. Del puente de Hercílio Luz al Golden Gate, y viceversa, se va a caminar un viajero con dos maletas diferentes y un paso aún vacilante: todo sea que filtren cada una de esas gotas y de la nada aparente nos brote un frutal.

Y de puente a puente... y tiro... porque pasa la corriente.

jueves, 23 de octubre de 2008

Si cumpliera el tiempo


OTOÑO, luz de vitral filtrada para dos


Fue ese un mediodía bien soleado, luminoso.

Fue en León el principio del camino, donde fui al encuentro de mi amigo en peregrinaje. Yo iba a caminar sólo tres días, hasta Astorga: él venía haciendo el Camino de cabo a rabo.

Recuerdo que volvíamos del Barrio Húmedo, tras varias horas de encuentros, a carcajada viva.
Y nos cruzamos con tus amigos: el novato vestido con un chubasquero transparente con capucha; el de al lado con un cartel que anunciaba “ 1€ = 1 huevo”; más al lado el que sujetaba los huevos -sí, sí, los huevos: blancos, rubios, docenas de ellos-, y más allá aún quien cobraba en una hucha de cartón. En última instancia estabas tú, y todo indicaba que había que seguir el orden pertrechado para llegar hasta ti.

Y en la Bicha el vino del Bierzo, el Prieto Picudo, las morcillas, los choricillos, esos cortos tradicionales que el camarero adornaba con sus comedias y sus chistes. Camino a la catedral tu bendición.

Así que saqué una moneda, de 2€, lancé dos veces, jiji, qué gracioso. Después Dom que, tras errar por muy poco el primero,se aseguró el segundo rompiendo la cáscara en la cabeza de la víctima como si se dispusiera a cocinar un huevo frito que, por el desparrame, sería huevo revuelto.

Y entonces entablamos conversación, bien hallada en ese día de encuentros. Fui escuchando las historias sobre las subhastas de novatos en tu facultad. Parece que los veteranos compran a los novatos y pujan por ellos en la gran subhasta. Si adquiriste a alguien, estás en el derecho de que el esclavo haga lo que le pidas, y él en su obligación. Parece ser, de todos modos, que todo adquiere un tono bastante simpático y que nadie excede un rol comedido y, finalmente, el dinero recaudado va a parar a la cena o viaje de fin de curso de la promoción de último curso.

Por fin me iba acercando a ti. Creo que te pregunté si no te podíamos lanzar huevos a ti también. Me dijiste que tú ya fuiste novata el curso anterior, y sólo les acompañabas en esa tarde de recaudación de risas. Te reías con todas nuestras intervenciones, creo que ya te reías viéndonos caminar con ese deambular peregrino. Cada vez que hablabas me embobabas más: parecías tan enteradita. Y muy alegre, y espontáneamente natural hasta el descaro y la grosería. Pero qué fina eras además, y un poco coqueta también, pese a tu inclinación, pletórica y evidente, hacia el lado despreocupadamente masculino de ver las cosas. Tal para cual pensaba, y te dije que te tenía que volver a ver. Cuánto jolgorio, Dom y yo llegábamos de la dicha de La Bicha en plena cresta de la ola, tras meses sin habernos visto. Me cantaste tu número medio a hurtadillas, lo comprobé, y seguí mi peregrinaje hacia la catedral girándome cada veinte metros, viéndote cada vez: qué belleza grácil la tuya, y cómo te reías mirándome, qué risible, y qué punzadas, como las que sintiera de niño cuando miraba de reojo a la chica que me gustaba, y me pillaba: sabes? Esa onda ardiente que te sube como el vértigo desde un punto aún más fondo que la íntima vergüenza, como para abrasarla y no dar cuenta, pero ya llega a la garganta y prende voz, y viene hablando por ti allí adentro, y tiene ganas de vociferar afuera estallando en en un gruñido, progresivo y liberador que, quien ya lo haya sacado, sabrá que arranca de nuevo en lo más fondo para acabar con todo y barrer las cenizas de un secreto mudo y robado: como si lo importante hubiera estado siempre en el fondo, y nunca se hubiera podido sacar con las manos, y el cuerpo tuviera cómo hacer. Fueron 900 batidas del corazón las fracciones de esos quince minutos que te vi:


Fue en un encuentro felino parpadeando
A la libertad que media entre dos jaulas;
Que del león moribundo en contrabando
Ya ronroneaba en ti, la gata maula.

Quizás fortuito? Quizás fue casual:
Quizás de mi principio tú eras final.
Y hallazgos hubo en las húmedas risas
Que son simiente de un pasado dormido.

Y de la marea creciente en camino
Bate en ola de espuma fraterna el vitral:
Si fueras polar, deseo peregrino
Y oración de esperanza en la catedral!

Allí no viva un poema sin saber
Y no muera, este verso sin que sepas.



Tras el INVIERNO largo y en lontananza

Seguramente salta en tus ojos
Mas vida que la que pueda compensarte;
Hay en tus labios ternura que
Aún no aprendieron los míos a darte.

Vino a dorar tu pelo a su antojo
El sol espigas de perfume de tierra;
Y en tu rostro de luna empecé
A andar hacia atrás mi locura de guerra.

Caminando como de puntillas
Delicado de tu espalda hasta tu pecho,
Tu piel viene a sucumbir mi espada
De sus peligros de fuego, a tu lecho.

Letargo desde las maravillas
De tu intimidad grácil, fértil, serena:
Dulce sueño tener una amada,
Lento embrujo en tu cuello la luna llena.


PRIMAVERA frutal

Hoy es una cosa sencilla la que tengo que contarte.
Tómate algo si quieres: un respiro.
La casualidad sucede cuando encuentra, y hoy ocurre que celebra el nuestro.
Hoy cumple el tiempo que te conocí, y no se acaba.
Hoy los párpados de mi memoria tintinean sobre los ojos con los que te vi.

Fíjate el azar que tiene el verte aquí de nuevo.
Y fíjate de nuevo: qué tiene el verte aquí otra vez.

Déjame ser por un momento redundante: día ordinario.
Déjame ser redundante y comparativo: arrastrarme por el suelo como un gusano.
Déjame ser redundante por metamorfosis y asimilación: vivir para morir.
Y ahora déjame ser contradictorio: día extraordinario.
Y ahora contradictorio y superlativo: tornarse en un capullo y volverse mariposa.
Y ahora contradictorio por metamorfosis y asimilación: morir para vivir.

Qué bien que no tengamos ya sólo momentos fuera de lo común.
Y que me leas los labios.
Y me hables con lo que escribo.
Que te extrañes de lo extraño.
Y desees lo ocurrido.

Que como antes no te tenga.
Y sin embargo no me faltes.
Qué bien haber sido afortunados:
Vivir de lo común y haber cambiado.

Hoy es una cosa sencilla.
Tengo que contarte:
Tómate un guaraná, si quieres.
No quiero hablarte de casualidades,
Pese a que siempre aciertan:
Es cierto que el tiempo cumple;
Y a cada destino una estación.
No quiero más repetirme.
Asimilo la contradicción.
Yo me quiero a ti.
Yo te quiero a mí.
Yo te quiero.
Te quiero.


Y en VERANO arde el ciclo

Por panacea se me ocurre menguar
Las lenguas de tu fuego desbocado con
La brisa del aliento con
Que te entrego mi viento
Huracanado.

Después llego a volar zumbando
Cual himenóptero bombero al panal
De tu cuerpo en ascuas,
Para acercarme,
Milimetrando mis pasos
En la ambrosía
Que hornea tu piel encendida,
A libar por cada uno de tus poros el néctar
Tíbio de tu primavera velada.

Y Llamaré a sus fuentes y a sus
Ríos
Con Mis tambores de guerra.
Y a su respuesta en cascada atenderé
En círculos concéntricos, batiendo
Mis alas en remolino para inundarte,
Toda, en un abrazo constante de tifón.

Ya de calma cenicienta el volcán de tu llamada,
Vendré de frescura liviana a cuidarte en un beso:
Del amor templado, su cálido ardor.

jueves, 16 de octubre de 2008

El deporte en Brasil (I): carga y descarga

Desde pequeñito que ya vivía y me confirmaban el deporte como una descarga. Recuerdo que, cinco minutos antes del recreo, miraba el reloj del aula a cada minuto para ir acrecentando los nervios hasta que, finalmente, cuando el minutero se desplazaba y conectaba con el timbre que avisaba a toda la escuela que empezaba el recreo, salía embarulladamente junto con tantos otros que, como yo, habían estado mirando de reojo al reloj, sin que el profesor nos percibiera, y contando los sesenta segundos de cada minuto –que a veces te salían 64, a veces 52-, hasta que aquellos más activos conseguimos alcanzar, irónicamente, una notable percepción del tempo del tiempo.

El barullo en las puertas de salida era una feliz sobreexitación. Ocurría dos veces: para salir de tu clase y para acceder al exterior, donde te alcanzaban de soslayo, con miradas tan cómplices como al soslayo, los soslayados pioneros de las otras aulas. La llegada a la zona del patio destinada a tu clase era una carrera en la que la alegría se desbocaba a medida que te acercabas al destino e ibas comprobando, también de reojo, que el grupo de fanáticos era cada vez mayor. Creo que a esa edad no sabía concebir el deporte sin fanatismo: jugar y jugar, ser más veloz, resistir más, ser más fuerte, ser mejor que aquél, cansarse hasta reventar y reventar hasta agotarse y agotarse hasta anularse, aprender ya a hacer esto, rápido perfeccionar aquéllo, ser el mejor en tu habilidad: ganar, ganar, ganar.

Pese a que en mi primer curso, a los seis añitos, me comprometí con el judo como deporte extraescolar, fue a los nueve años cuando mi compromiso ya sería para bien largo con un deporte que prometía ser un auténtico vehículo de descarga para fanáticos como yo, el rugby. A la maduración de conceptos como el respeto, la humildad y la importancia de la técnica en el judo se le añadieron, además, en el rugby, el factor equipo, la importancia del desarrollo físico y el universo de la táctica. Con todo y con eso, era todavía para mí un deporte complementario, ya que el deporte estrella seguía siendo el fútbol, practicado a todas horas durante los recreos y seguido al detalle por televisión, en el Camp Nou o en las colecciones de cromos y charlas con los amigos. Tenía muchos deportes complementarios que adoraba y me encantaba practicar a la mínima ocasión, como la natación, el básquet, la bicicleta, el voley, el tenis, el frontón, el skate, todos aquellos juegos que inventábamos y todos aquellos juegos de esconderse y perseguirse cuyas normas mudaban con la propia evolución y el liderazgo de algunos unido al beneplácito del grupo –éste último, el beneplácito, solía venir más por el éxito de la práctica que por la iniciativa de aprobar o desaprobar una iniciativa: se daba que grupo e iniciativa no podían iniciar grupo, que líder e iniciativa iniciaban un grupo sólido, pero no válido por insuficientemente numeroso. Me habría gustado, en este punto, practicar deportes de mayor riesgo, pero por cuestiones de edad, me limite a incorporar el riesgo a todo lo que practicaba.

Contando ya con la edad de Jesucristo, y tratando de mirar a la vida a sus ojos de luto primaveral, en la procesión de envejecer miro de soslayo ese irracionalismo despótico de la infancia con la complicidad de resucitarlo en lo que de juego y deporte pervive en mí, ya que aunque no vale ese ingenuo fervor ilusionado para crear ningún sistema que sostenga una vida, sí tengo la ilusión, y cierta certeza histórica, que sí puede sostener a cualquier sistema.

Y es que uno se ha visto abocado a saber cada vez más sobre la práctica deportiva y su simbología, tras una pingüe experiencia como jugador, entrenador, docente y, cómo era, gestor. Recuerdo ahora mismo, como si fuera ayer, una explicación muy reveladora sobre lo que es el símbolo, como concepto, en su origen. Fue en una clase de Pensamiento, y el profesor nos narró cómo el symbolon, para el griego, era una pieza circular, como una moneda de valor X, que se partía en dos mitades irregularmente, de tal modo que esa pieza perdía todo su valor X, y no pasaba de tener un valor potencial o valor cero a un valor Y hasta que ambas se hacían coincidir de nuevo. Cuando coincidían las partes el symbolon adquiría todo su valor que, seguramente, era el inicial más el del proceso. De estos años de madurez en el deporte me quedo principalmente con las amistades que quedan, y me llevo fundida en el ojal del alma una moneda por botón. Tratando de completar mis aprendizajes de niño que crece, busco enseñanzas ciertas en el mundo adulto que sigue aguardando. De frente al espejo del futuro y al soslayo al presente impetuoso, miro de reojo al reloj de la infancia esperando ansioso que el minutero se desplace para alarmarme que vuelve a ser el tiempo de jugar.

*


Y sólo para que vean lo complementario del estudio del deporte y su aplicación, noten que el deporte ya no es más una pura descarga, sino, modernamente, una saludable gestión de cargas y descargas. Y yo que quiero ser un tipo aplicado, me pongo a calibrar, y la cosa va como les explico a continuación.

Yo a Brasil llegué un poco cargado, de modo que en mi irracional deseo de equilibrio empecé a buscar formas de descargar. Contrariamente a lo que hube preconcebido sin intención, los brasileños –por lo menos aquí en el sur-, no son gente que viva lenta o cansada o al margen de la preocupación y la ocupación: y resulta que cargan las pilas muy rápido, y empiezan a cargar con el día ya desde el amanecer. Son un poco cargantes, la verdad. “Allí donde fueres haz lo que vieres”, de modo que concibo que lo primero es acostumbrarse, por más que me cargue, al madrugón.

Algo carga el aire que me impide madrugar: quizás sea yo que cargue con sueño acumulado –o perdido-, pero la cuestión es que consigo cabrearme todos los días cuando observo por primera vez el reloj y ya son las nueve, o cuando la siesta prevista para quince minutos se trastorna en una pesadilla de tres horas de dulces sueños de duración –cómo cuesta cargar con ella después, qué pesada la pasividad-. Y es que quizás porque vine cargado los períodos de descarga deben ser más largos para equilibrar. Entiendo poco de deporte moderno, pero creo que a los deportistas serios, hoy en día, se les enseña así.

Mi doctora, que es psicóloga sutil y también chamán urbanita –desde aquí, que me perdone por el atrevimiento-, me ilustró que llevaba un exceso de carga emocional, que la violencia que recibía del exterior la interiorizaba y no había usado ningún canal de descarga, de modo que me aconsejó la práctica deportiva y unos gránulos homeopáticos que me ayudarían a descargar el exceso de carga en cualquiera de sus formas bajo mi piel.

Así que ya está bien. Consigo acostarme pronto y a la cama, a descargar lo del día y cargar para el otro –qué buen deporte, no os parece?-. Madrugo. Me tomo mis gránulos en ayunas y salgo a correr. En la Avenida de las Rendeiras se teje un collage de deportistas de la más variada estampa. Entre abueletes, señoras y lisiados estilamos el jogging y el footing. Es muy popular y está muy extendido, aquí. Otros más descargados, o de otra naturaleza, se atreven a galopar. La gran mayoría de los surfistas ya están en la playa: muchos de ellos ya jugaban a las olas a las seis. Aunque aún son las siete, el deporte resignado de ir a trabajar es el más practicado, y la circulación rodante en las Rendeiras adelanta el marcador de quienes van a la carga respecto a los que queremos descargar. Estoy sudando como un besugo. Respiro como quien sale de un buceo prolongado. Evito las malformaciones del terreno descuidado alertándome que ninguna articulación cede como debiere, ningún músculo resiste lo que aconteciere, que ya no soy lo que fuere ni me parezco a lo que viere. Mientras estiro, el momento genuino para la descarga, me voy sintiendo mejor. La respiración respira y parece que se van colocando las cosas en su sitio. Se nota que lo mío es descargar.

Guiado por el placer me desplazo hasta un muelle flotante en el que los pescadores descargan las recompensas de su trabajo. Desde su extremo más alejado de la costa, y más mar adentro en la Lagoa, prosigo con mis estiramientos y flotan los pensamientos. Le llamo el altar descargante, y empiezo a darme cuenta de que he sufrido para llegar aquí, más o menos como un besugo escapando de la pesca, para seguir entendiéndonos, pero percibo también que haciendo un buen trabajo de descarga consigo sentirme satisfecho, por un lado y, además, siento que mi cuerpo recompensa más el trabajo-sufrimiento-divertimento que no la inactividad-indolora-campante (aunque desde este último estado uno nunca habría dicho que se podía estar mejor: es la ilusión del presente que, como los magos, muestra sólo lo que se ve). En el auge del chiste entre la carga y la descarga, me río de la holgazana felicidad del sentirse bien y percibo las ventajas de firmar la hipoteca del bienestar futuro –a costa, claro está, del bienestar más inmediato y el cumplimiento con unos plazos bien seguiditos y bien pagaditos. Tras mi lúcido e imperfecto compromiso vuelvo a casa aumentando el ritmo progresivamente.

Llego con mucha hambre de desayunar y alimentar a todo mi mundo celular en apertura. Qué merecido! Procedo a cargar el estómago y compañía y aplazo para más adelante, quizás mañana, la pertinente descarga muscular. Preparo el zumo de frutas ácidas. También el desayuno. Me recompenso también con una ducha. Actualizo el hotmail. También me extiendo. Salgo a hacer la compra. El buen humor del bienestar me lleva a comprar más, más lento y más caro, pero me preparo el almuerzo con el sentimiento de haber hecho una inversión capaz de compensar y recompensar los pagos de mi nueva hipoteca. Qué buena quedó la comida. Qué bueno comer, y cargar. Quizás 15’ de siesta. Tres horas más tarde nos levantamos yo y el cabreo. Son casi las seis y oscurece. Como cada día, llueve. Dormir así me carga, pese a la descarga.

Lo bueno de enfadarse son los propósitos que uno toma: me apuntaré a jiu-jitsu, “allí donde fueres haz lo que vieres”. Las clases son a las 19:30, de modo que será una buena descarga al final del día. Aquí practican, y mucho, el jiu-jitsu brazilian, una modalidad que prácticamente se ejercita siempre desde el suelo, y el trabajo y la técnica consisten en saber escapar de las cargas que realiza el oponente, que te generan una situación de desventaja, y saber componérselas durante las cargas que uno aplica y que te suponen una ventaja. Pese a la importancia omnipresente de la fuerza, éste jiu-jitsu, modelado por el endeble y enfermizo Helios Gracey, se caracteriza por priorizar, frrente a otras herramientas, el recurso de la técnica y el movimiento natural del cuerpo en el combate.

El gimnasio está bien cerca, y es bien pequeño. En él asisten diariamente tanto gente en baja forma, de formas bien sueltas y libres, como los clásicos hombretones y hombretonas en buena forma, de formas tan contorneadas y apretadas como ausentes de libertad. Pese a sus apabullantes formas, desprenden camaradería y humildad, sólo truncadas en el momento que se amenaza su coqueta superioridad. Otros, nunca fueron humildes y parece que vayan continuamente a la pesca de no sé qué y no sé quién. En mi apurado y no menos coqueto movimiento de besugo, bajo mi prisma sus cuerpos me parecen formalezas, y pienso que no habrían apurado su uso de haber achicado más su pesquero y menos al personal.

Ya en el tatami el comportamiento es bien parecido. Las artes marciales requieren de una formalidad bien temperada con altas dosis crecientes de humildad y medida. La gran mayoría de los alumnos son bien adolescentes, de modo que cuando retan al besugo treintañero y se les escurre, sus aspiraciones competitivas en el combate se tornan en rabieta con altas cargas de orgullo y la enfrentan a mi templanza cargada de ignorancia. Pese a que al final de la jornada el joven se templó y el adulto enrabietó, el intercambio de conocimientos no es tan fructífero como uno ingenuamente imagina cuando se inscribe a una actividad completamente nueva para él. Mi profesor, Marvio, sin duda tiene buen temple, conocimiento y técnica, pero el sistema docente que aplica adolece de sistema válido y de docencia locuaz para besugos. Pese a sudar lo impropio y llegar a casa con sensaciones bien agradables de descarga, no he conseguido interiorizar ninguna llave, ejecutar ninguna carga que difiera del placaje ni evolucionar o mejorar mis técnicas.

Todas las tardes llueve, y oscurece como siempre a las seis. Lucho contra mi holgazanería feliz para combatir tres tardes por semana no sólo contra unas crianças que no toleran que otras crianças se puedan reír, sino también contra todo lo que cargo de más y me carga, deseando que en la propia descarga se restaure de nuevo un equilibrio que, por lo sufrido del combate que le alcanza, sepa yo recompensarle y él, a mí, compensar. Quizás, por actualizarse en el tatami entero un modo de vivir, me cuesta tanto ponerme el kimono y, al quitármelo, me siento tan feliz.

Quedan lejos de este universo deportivo tan terrestre, que aún no se sabe levantar –es culpa tuya, Marvio!...seré besugo…-, otros deportes aquí felizmente practicados, como son la capoeira, el parapente, el ala delta o el kite-surf. Sólo hemos tenido tres días de sol en la isla, y practiqué sand-surf en las dunas de playa Joaquina y jugué a las olas con un body board, pero insisto, en este universo deportivo tan terrestre, que aún no se sabe levantar, voy a prestar buena atención a las enseñanzas y, quién sabe si después de este viaje, empezar a levantarme, y volar.

jueves, 9 de octubre de 2008

... y aquellos hogares

A veces me siento ante el blog con las ganas de escribir algo profundo, como pretendiendo redactar con las palabras nunca dichas o sacando a la luz la exactitud de lo que no le permite a uno sentirse liberado en el tiempo presente. Pienso que un diario personal viene a ser una ocasión para actualizarse desde las ópticas de la certeza con la posibilidad de definirse en algún lugar y, en mi caso particular, en el que encaro mi vida como si emprendiera un viaje -viaje que es tanto un alto en el camino como, y no miento, un descubrimiento, un conocimiento y un reconocimiento-, el blog es, ya en esencia, una oportunidad.


La literatura alrededor de los viajes siempre ha contemplado esta relación entre el mundo exterior y el mundo interior, invitando a concluir muchas veces que el desplazamiento no se produce tanto en el plano de lo físico, en el que uno recorre lugares tan inauditos como recónditos, como en el del ánimo, en el que prácticamente uno es recorrido por lares de la misma condición.


Las ballenas, que tienen los órganos más grandes de todos los mamíferos, deben saber mucho de literatura. Dicen que gozan el mayor tiempo de su vida bajo las aguas más gélidas del océano, por donde la actividad de los humanos es distante, pero que, cuando la hembra vive en sus carnes el proceso de gestación, el instinto -seguramente el conocimiento más profundo del que tengamos conocimiento-, conduce estos enormes cetáceos hacia aguas más cálidas, de modo que, la cría, tenga un primer contacto con la vida en el exterior con el menor de los contrastes. Hasta que no está preparado y adquieren sus órganos ciertas dimensiones, el neonato no parte, en el que será su primer viaje, hacia el que fuera su lugar.

Hace un mes que moro por estos lares sin conseguir definirme en una rutina. Pese a que tratar de ordenarme a través del tiempo no deja de ser una convención, no le quita ello mérito a su utilidad. Y pese a que pretender encerrarme en una disciplina rutinaria no es el modo completo de luchar por el "yo", sí que pauta los progresos que ascienden hacia su realización. Un mes da tiempo a querer establecer un antes y un después, e incluso a soltar las amarras o hacer corro aparte, pero huelga decir que yo no consigo más que desleír una impresión de mí mismo que no dista un océano de 7000 km. de la anterior.


En un recurso pedagógico que he consultado recientemente, con fulgor me sorprendí de hallar como primer ejercicio propuesto para niños (de a partir de seis años de edad), la plantilla de lo que debiera ser un horario a rellenar por el alumno. Uash! Un horario! Claro, todo empieza por allí, por saber alinearse con el tiempo y proyectarse en el mañana a través de la acción: nuestra primera disciplina pasa por darle una virtud más exacta a la voluntad y al tiempo. Unas cuantas plantillas más adelante empezará a hablarse de los objetivos y de cómo hacer para arrebatarlos, aunque debiera escribir "realizarlos" si entendemos que nunca estuvieron fuera. Pienso en este punto que quizás la diferencia entre el uso de ambos verbos no estribe más que en el plazo de tiempo que se le conceda a la consecución del objetivo: la realización siempre requirió un lapso de tiempo mayor que el arrebato. Yo no he conseguido levantarme pronto más de tres días seguidos y cargué la maleta con unos objetivos que, pese a ser todos de mi convicción y conveniencia, no he meditado consecuentemente hasta qué punto caben en el tiempo. Así que, lejos de creerme buen lector de literatura de viajes y novelas de formación, bajo la cabeza hasta los hombros del niño de primaria para empezar a ser yo.


De mi fracaso de rutinas puedo cribar las intenciones y mencionar, para bálsamo de mi ego, que empiezo a ser feliz. Para ser honesto con la exactitud, debiera escribir que presiento que el entorno, circular, donde la felicidad tiene cabida, se está, ya, dibujando para cerrarse y que, yo, me hallo en el medio y soy punta de compás. Orientarse en tal entorno es singular porque uno es protagonista, pero también porque todas las distancias con el horizonte de los objetivos miden igual. Me halaga en este punto que pi nunca fuera un número exacto o, para ser más exacto, que pi sea un número tan exacto como infinito.

Desde la necesidad de medir y jugar con referencias te contaré que empecé por ir a correr a diario con el sol de las despedidas, entre las seis y las siete de la tarde en este tiempo de invierno y en este lugar tropical. Me doy cuenta que mucha gente aquí en Brasil es consciente de su herramienta y cuida bien de su cuerpo (me halaga en este punto que tratar de ser exacto consiga ser tan ambiguo). Porque ya venía corriendo durante mi formación previa, y por lo de que allí donde fueres haz lo que vieres imaginé por un momento que esta actividad se establecería como una de las rutinas que me ayudarían a progresar, mas otro de los objetivos en la maleta, el de aprender y practicar jiu-jitsu, se ha encargado que no sienta al momento el peso de la disciplina arraigado en mi quehacer.


Si tuviera que elegir, entre mis actividades, una que hubiera sabido sostener a diario te diría que es la de visitar el correo electrónico. Por extensión, te diría que es la de ocuparme en mantener unos lazos de comunicación entre mi nuevo y mi antiguo hogar. Estoy contento por haber descubierto cómo llamar a mi gente por un precio módico, de que las videoconferencias gratuitas me reproduzcan esa cara o esa voz, de que los emails vehiculen estados ánimo y novedades, de que el blog me sitúe y hable por mí a todos aquéllos que conocí en el lugar donde nací. Cuando al anochecer fui a correr por la Avenida de las Rendeiras, que se estira a lo largo de la Lagoa salpicada por pequeñas playas, que a esa hora ocupan los pescadores, como en Les Botigues de Sitges -aunque los amigos siempre nos referimos a ese lugar de la infancia como Castelldefels-, sentí que el entorno, pese a ser tan diferente, no conseguía espaciarse del entorno en que, de niño, corría para un día sentirme feliz. Y pienso en esas baleias que hacen viajes tan largos para sentirse como en casa.


Le dedico poco tiempo al portugués, pese a estar en mi maleta. Más tiempo va para conocer a personas, saber de sus historias y más peculiaridades del entorno. Pese a esa insuficiente dedicación en comparación a las expectativas, pese al fracaso de mi orden y lo maleable de mi férrea voluntad, déjame que te cuente que una nostalgia vivificante, con una suerte de magia que toca fondo en mi ilusión en las sorpresas, me invade para superarme en una sonrisa que se abre por los labios y se desboca por algun lugar más profundo cuando el diccionario, un día, me revela que saudade, la palabra que en portugués nomina el estado de añoranza, se utiliza también en español para la misma melancolía, morriña o nostalgia. Compartimos mucho en el lenguaje, y sigo corriendo y pensando qué lazos unen este cabo y el otro, qué puente de la tierra y del mar. En estos lares de baleias y gente abierta y hospitalaria, bajo la fina lluvia intuyo cómo prende la llama del hogar.

jueves, 2 de octubre de 2008

1. Por estos lares...


La Lagoa de Concençao: Aquí es donde vivo, en la Lagoa, el destino turístico quizás por antonomasia de la Isla de Santa Catarina. Me doy cuenta de su valor turístico, sobretodo, cuando debo realizar la compra en el supermercado. Todos ellos son pequeños, y todas mis compras igualmente caras. Por otro lado, estamos en invierno y, a parte de que la vida por estos hogares se cohibe a un tercio de la exuberancia que exhibe en los meses de verano, nadie me había dicho que aquí llovía tanto. Para reírse de mis pretensiones, quisieron los ciclos que hoy amaneciera con un sol despampanante. De todos modos, cada vez que llueve salgo a comprar y empiezo a interactuar con la población y costumbres locales. Sin duda es una ocasión nada desdeñable de saber qué comen, qué preferencias tienen, cuáles son sus lujos aquí y qué alimentos son la base de su dieta, al mismo tiempo que es una oportunidad de practicar mi incipiente portugués. De la categoría de guiri empanado con la que empecé mis experiencias en la compra -caracterizado por no saber articular tres palabras seguidas, ni seleccionar buenas ofertas, y responder a todo con un "eing?" con las cejas en alto, ojos in albis y rostro en stand by- he ascendido ya a la categoría de guiri pallaso, y no sólo por mi interés en empezar y terminar todos los intercambios con sonrisas, sino porque a la música de saber cómo empezar y cómo terminar mis conversaciones, le acompaña, en la parte digamos nuclear de la comunicación, toda una orquestación de mímica que complementa mi dominio del idioma con un componente visual digno del portugués más expresivo. Yo creo que mi mejora es tan evidente que ya se han dado cuenta de que he ascendido de mi condición, ya que, pese a seguir siendo guiri y pagando caro, no tan sólo ya no pierdo dinero en mis compras sino que, además, me reciben y se despiden con sonrisas.

Los alrededores: Quiso la benevolencia de un sol espartano que nos acercáramos por primera vez a la playa, la praia. Caminamos por el Paseo de las Rendeiras, el más conocido de la Lagoa, hasta la colina, el morro, de Galheta, en cuya vertiente opuesta, jugando con el Atlántico, se hayan Praia Mole -(playa "apática, sin energía", en la traducción, pero bien animada para un guiri pallaso del Mediterráneo)-, y Praia Galheta, a la que se puede acceder tras andar durante 15 minutos por un sendero, o trilha, entre charcos de la omnipresente lluvia y matorrales de la selva virgen. Se puede llegar a este paraíso del nudismo (única playa en la que es permitido) por otra trilha desde Barra de Lagoa, que conformaría la última de las praias que circundan el Morro de Galheta con el permiso de la Lagoa, que queda en el interior de la isla protegida por tantos otros morros de los que, quizás, ya os contaré. Nunca fui un experto oteador de playas y no valoré jamás la preferencia de unas sobre otras. Hasta el día el concepto de playa me llegaba asociado a una única imagen: y es que sí que me quedó impresa para siempre una idea sobre ellas -que es también una sensación-, fruto de mis veraneos de infancia y primera juventud, los cuales tuvieron lugar en la playa de Les Botigues de Sitges. Creo que, el no haber frecuentado tantísimas de ellas durante ese longo proceso de formación, ha forjado en mí una asociación inequívoca entre lo que es una playa y la imagen que se me muestra en la imaginación del rompeolas de Port Ginesta, su faro, el macizo de El Garraf a un lado y el sosegado mar Mediterráneo al otro, siempre dorado por un sol de despertarse o de acostarse, que son los momentos de soledad más íntima en los que corría por la orilla con esa visión y en los que pienso ha ido tomando forma la ligazón del concepto. No sé por qué motivo fue seleccionada la estampa de mi regreso a casa, en la que el puerto me queda de frente, y no la de partida, en la que por delante llega el Baix Llobregat y Barcelona al fondo. Sea como fuere, lo que les venía a contar es que, pese a mi escasa experiencia en tipos de playa, tuve una impresión bien fuerte caminando y rompiendo, como si fuera una capa mínima de hielo sobre el océano, la fina y compactada arena blanca de praia Galheta: era un pequeño paraíso bien tranquilo. Poco accesible y con el morro opulento precipitándose hasta la kilométrica franja de arena escarchada por las lluvias precedentes, sientes la compañía de las olas que, como batallones de espuma perfectamente alineados desfilándote hasta la orilla, te arrulla con su remor y te baila, al son de sus aguas con su ir y venir, la danza de la bienvenida. Como buena princesa (es también la playa para los "desviados"), le acepté el baile y tomé mi primer baño tropical. Una hora más tarde había perdido diez años y ninguno de esos bañistas se los pudo guardar en ningún bolsillo. Saludé a varios surfistas, y me di cuenta que cualquiera puede pasearse hacia la zona de dunas en la que muere esta playa, o beber de las fuentes de agua dulce que emanan del morro y desembocan en este spot de principiantes, como yo. Praia Mole es bien opuesta, no sólo porque está al otro lado de la trilha, sino porque es una playa bien transitada -supongo que porque queda bien al lado de la carretera y no tienes que desviarte mucho, aunque supongo también por su gran extensión de arena y sus olas medianas-. Mucha gente joven amante del deporte se acerca hasta esta playa que recibe de lleno el viento sur tan propio de la Isla de Santa Catarina, lo que propicia ver en un mismo espacio a chicos y chicas practicando el kite-surf, el parapente, el surf o el freesbee.

















Un poco más allá: Concluyendo que no podíamos refugiarnos tras la excusa del tiempo lluvioso para finalmente no salir del mini complejo amurallado en el que vivimos un grupo de españoles y portugueses, tras varios fines de semana en que la lluvia se había amotinado contra nuestros deseos de apertura, finalmente decidimos alquilar un par de vehículos y partir para Imbituba sí o sí. Imbituba es un municipio al sur de Florianópolis, capital del Estado de Santa Catrina, que se vino caracterizando hasta principios de los años '90 del siglo pasado por su carácter industrial. Un puerto con gran trajín de carbón y fertilizantes, una indústria cerámica próspera tiempo atrás y el asentamiento de un complejo carboquímico -como resultado de la indústria carboquímica que le precedió-, fueron sus señas de identidad durante gran parte del siglo. Este progreso llevó también consigo la construcción de las primeras vías asfaltadas, la ampliación de las redes eléctricas y de abastecimiento de agua, la instalación de las primeras agencias bancarias y unos vitales ingresos municipales. Con todo, la agresión al medio ambiente de ese fatídico humo rojizo resultante de la producción de ácidos comportó la clausura del gran complejo y el inicio de una crisis económica en el lugar (1993), la cual también vino marcada por el estado precario del puerto, la indústria cerámica obsoleta y constantes cambios en la administración municipal. Fue a partir de ese momento que Imbituba se centró en converger con la política del Estado de "Santa & Bela Catarina", según la cual esas tierras debían proporcionar incontables placeres a los turistas. Uno de los reclamos de este municipio desde la óptica del turista (en cualquier grado de su ascensión como guiri), es la presencia periódica de la ballena franca por esas playas desde los meses de julio a noviembre. El gran cetáceo abandona la Antártida para dirigirse hacia las aguas cálidas del sur de Brasil para criar y cuidar a sus crías. Nombrada de este modo por la docilidad que mostró durante siglos para ser cazada y manufacturada en barriles de aceite y otros bienes, debemos el reciente aumento gradual de su número a la crisis en que se sumió el comercio de susodicho aceite cuando dejó de utilizarse para la iluminación, la construcción o el escalfamiento de barcos y navíos. La última baleia franca capturada en Imbituba fue en 1973. En la actualidad, debemos sorprendernos agradablemente de que, pese a ser una de las especies más amenazadas del planeta, se pasara de visualizar 71 ejemplares en el 2005 a 200 en el 2006. Nuestro grupito de españoles y portugueses, repartidos en dos autos, partimos hacia Imbituba para, gratamente, ver unos diez ejemplares. No fue esa mi primera experiencia propiamente turística. La primera fue en la misma playa, donde tras aparcar el coche a las 9:02 -la cita turística es a las 9:00- noté como nuestras ingenuas vocaciones de balleneros greenpeace trocaron su estandarte "Save the wales" por un emoticono confundido al comprobar que, quien cobraba, vio en nuestros jetos de guiris recién descendidos a la primera fase empanada la posibilidad irrefutable de subir un 25% el coste ya turístico del pasaje. Ya en la fueraborda semirígida con capacidad para 20 personas a vabor, y otras 20 a estribor -eso me quedó claro de su portugués, claramente menos expresivo que el mío pero de tono mucho más elevado-, empecé a desarrollar, también desde el primer grado de ascensión, en este caso el entusiasta, mi faceta de guiri fotógrafo.




Sí, no os preocupéis, esta es la fase guiri fotógrafo entusiasta, y esa manchita negra es mi foto a la voz "miren a las 9:00 y verán la ballena". La ven? Puse zoom! Como en todo proceso de aprendizaje que empieza, las cosas sólo pueden ir a mejor, de modo que les muestro cómo ascendí de grado en los siguientes 30 minutos. Fíjense, se ve hasta cómo expulsa agua durante su respiración!:



Y como buen guiri fotógrafo entusiasta que se pone en contacto con sus amigos, les muestro a continuación las 60 fotos que se sucedieron una tras otra para el regocijo de mi nueva vocación recién explorada... Bueno, mejor les subo tres seleccionadas y luego me piden...











Bueno, lamentablemente aún hay funciones de la cámara que desconozco, como la de grabar la imagen una vez has aplicado el zoom, y quizás podrían ser un poco más espectaculares, pero lo que decíamos, lo bueno de empezar es que sólo puedes mejorar. Emocionados por la experiencia de presenciar las ballenas tan de cerca (una de ellas pasó justo por debajo de la embarcación y la zarandeó hasta que su espíritu juguetón fue colmado por los gritos histéricos de más de una docena de nosotros), decidimos poner rumbo otra vez sur para ver delfines, o golfinhos, en La Laguna. También tuvimos suerte, ya que parece ser que los muy golfos aprovechan el canal habilitado para la pesca en praia Molhes para echarse unos bañitos y robarle, juguetones, alguna que otra presa al paciente humano. Los vimos literalmente paseándose frente a los siete u ocho pescadores que pasaron la tarde echando una red muy característica por aquí, de dimensiones reducidas para poder ser lanzada y recogida en multitud de ocasiones. De vez en cuando un saltito para dejarse ver y ala, qué decirte, no sé quienes llevaban más paz en sus adentros: si los muy golfinhos, los pescadores o la pandilla de guiris exitosos que disfrutábamos, pies en tierra, del repetido espectáculo.









Así que, de esta guisa, pusimos definitivamente rumbo norte: de vuelta a la Lagoa. Antes aprovechamos para visitar otras playas de interés, como son Praia Rosa y Garopaba. La primera es un destino surfista perfectamente preparado y aclimatado para la llegada masiva de turistas en los meses de verano. Ese grado de turista, creo, debe estar bastante ascendido, ya que imagínense albergándose en una de las centenares de posadas que rebosan el morro que circunda la praia, que se encuentra a escasos 200 metros de tu alojamiento genuíno y con todo tipo de servicios dispuestos a lo largo de la arena preparados para ser consumidos en una auténtica recreación del Brasil de postal. El sol, la praia, tú, tu caipirinha, tu tabla de surf y el tanga al que te acercas para sacarte la foto. Me lo imaginaba con sólo verlo. El problema es que, al ser todavía invierno, de todo lo que dije en mi postal sólo estamos la praia, mi imaginación y un servidor. La segunda, Garopaba, entiendo que es conocida por las dimensiones del golfo que le da forma y cobijo. Comimos unos churros calientes y para casa, que para mi grado, ya está bien.