jueves, 9 de octubre de 2008

... y aquellos hogares

A veces me siento ante el blog con las ganas de escribir algo profundo, como pretendiendo redactar con las palabras nunca dichas o sacando a la luz la exactitud de lo que no le permite a uno sentirse liberado en el tiempo presente. Pienso que un diario personal viene a ser una ocasión para actualizarse desde las ópticas de la certeza con la posibilidad de definirse en algún lugar y, en mi caso particular, en el que encaro mi vida como si emprendiera un viaje -viaje que es tanto un alto en el camino como, y no miento, un descubrimiento, un conocimiento y un reconocimiento-, el blog es, ya en esencia, una oportunidad.


La literatura alrededor de los viajes siempre ha contemplado esta relación entre el mundo exterior y el mundo interior, invitando a concluir muchas veces que el desplazamiento no se produce tanto en el plano de lo físico, en el que uno recorre lugares tan inauditos como recónditos, como en el del ánimo, en el que prácticamente uno es recorrido por lares de la misma condición.


Las ballenas, que tienen los órganos más grandes de todos los mamíferos, deben saber mucho de literatura. Dicen que gozan el mayor tiempo de su vida bajo las aguas más gélidas del océano, por donde la actividad de los humanos es distante, pero que, cuando la hembra vive en sus carnes el proceso de gestación, el instinto -seguramente el conocimiento más profundo del que tengamos conocimiento-, conduce estos enormes cetáceos hacia aguas más cálidas, de modo que, la cría, tenga un primer contacto con la vida en el exterior con el menor de los contrastes. Hasta que no está preparado y adquieren sus órganos ciertas dimensiones, el neonato no parte, en el que será su primer viaje, hacia el que fuera su lugar.

Hace un mes que moro por estos lares sin conseguir definirme en una rutina. Pese a que tratar de ordenarme a través del tiempo no deja de ser una convención, no le quita ello mérito a su utilidad. Y pese a que pretender encerrarme en una disciplina rutinaria no es el modo completo de luchar por el "yo", sí que pauta los progresos que ascienden hacia su realización. Un mes da tiempo a querer establecer un antes y un después, e incluso a soltar las amarras o hacer corro aparte, pero huelga decir que yo no consigo más que desleír una impresión de mí mismo que no dista un océano de 7000 km. de la anterior.


En un recurso pedagógico que he consultado recientemente, con fulgor me sorprendí de hallar como primer ejercicio propuesto para niños (de a partir de seis años de edad), la plantilla de lo que debiera ser un horario a rellenar por el alumno. Uash! Un horario! Claro, todo empieza por allí, por saber alinearse con el tiempo y proyectarse en el mañana a través de la acción: nuestra primera disciplina pasa por darle una virtud más exacta a la voluntad y al tiempo. Unas cuantas plantillas más adelante empezará a hablarse de los objetivos y de cómo hacer para arrebatarlos, aunque debiera escribir "realizarlos" si entendemos que nunca estuvieron fuera. Pienso en este punto que quizás la diferencia entre el uso de ambos verbos no estribe más que en el plazo de tiempo que se le conceda a la consecución del objetivo: la realización siempre requirió un lapso de tiempo mayor que el arrebato. Yo no he conseguido levantarme pronto más de tres días seguidos y cargué la maleta con unos objetivos que, pese a ser todos de mi convicción y conveniencia, no he meditado consecuentemente hasta qué punto caben en el tiempo. Así que, lejos de creerme buen lector de literatura de viajes y novelas de formación, bajo la cabeza hasta los hombros del niño de primaria para empezar a ser yo.


De mi fracaso de rutinas puedo cribar las intenciones y mencionar, para bálsamo de mi ego, que empiezo a ser feliz. Para ser honesto con la exactitud, debiera escribir que presiento que el entorno, circular, donde la felicidad tiene cabida, se está, ya, dibujando para cerrarse y que, yo, me hallo en el medio y soy punta de compás. Orientarse en tal entorno es singular porque uno es protagonista, pero también porque todas las distancias con el horizonte de los objetivos miden igual. Me halaga en este punto que pi nunca fuera un número exacto o, para ser más exacto, que pi sea un número tan exacto como infinito.

Desde la necesidad de medir y jugar con referencias te contaré que empecé por ir a correr a diario con el sol de las despedidas, entre las seis y las siete de la tarde en este tiempo de invierno y en este lugar tropical. Me doy cuenta que mucha gente aquí en Brasil es consciente de su herramienta y cuida bien de su cuerpo (me halaga en este punto que tratar de ser exacto consiga ser tan ambiguo). Porque ya venía corriendo durante mi formación previa, y por lo de que allí donde fueres haz lo que vieres imaginé por un momento que esta actividad se establecería como una de las rutinas que me ayudarían a progresar, mas otro de los objetivos en la maleta, el de aprender y practicar jiu-jitsu, se ha encargado que no sienta al momento el peso de la disciplina arraigado en mi quehacer.


Si tuviera que elegir, entre mis actividades, una que hubiera sabido sostener a diario te diría que es la de visitar el correo electrónico. Por extensión, te diría que es la de ocuparme en mantener unos lazos de comunicación entre mi nuevo y mi antiguo hogar. Estoy contento por haber descubierto cómo llamar a mi gente por un precio módico, de que las videoconferencias gratuitas me reproduzcan esa cara o esa voz, de que los emails vehiculen estados ánimo y novedades, de que el blog me sitúe y hable por mí a todos aquéllos que conocí en el lugar donde nací. Cuando al anochecer fui a correr por la Avenida de las Rendeiras, que se estira a lo largo de la Lagoa salpicada por pequeñas playas, que a esa hora ocupan los pescadores, como en Les Botigues de Sitges -aunque los amigos siempre nos referimos a ese lugar de la infancia como Castelldefels-, sentí que el entorno, pese a ser tan diferente, no conseguía espaciarse del entorno en que, de niño, corría para un día sentirme feliz. Y pienso en esas baleias que hacen viajes tan largos para sentirse como en casa.


Le dedico poco tiempo al portugués, pese a estar en mi maleta. Más tiempo va para conocer a personas, saber de sus historias y más peculiaridades del entorno. Pese a esa insuficiente dedicación en comparación a las expectativas, pese al fracaso de mi orden y lo maleable de mi férrea voluntad, déjame que te cuente que una nostalgia vivificante, con una suerte de magia que toca fondo en mi ilusión en las sorpresas, me invade para superarme en una sonrisa que se abre por los labios y se desboca por algun lugar más profundo cuando el diccionario, un día, me revela que saudade, la palabra que en portugués nomina el estado de añoranza, se utiliza también en español para la misma melancolía, morriña o nostalgia. Compartimos mucho en el lenguaje, y sigo corriendo y pensando qué lazos unen este cabo y el otro, qué puente de la tierra y del mar. En estos lares de baleias y gente abierta y hospitalaria, bajo la fina lluvia intuyo cómo prende la llama del hogar.