jueves, 11 de diciembre de 2008

Bocanada de Nuevos Aires

Esa noche de dichous me puse las botas con las fondues. Claus se puso las botas del feeling y lo encontró en el 'Black Magic Voodoo Lounge'. Sí, el mismo que visitamos unos días atrás. Quisimos repetir y compartir experiencia freak, esta vez con las orgánicas y clarividentes C. y C. y otra decena de comensales, aunque sólo el más freak J., el segoviano, que pasó de la crianza y la convivencia en una rústica granja española a la solvencia de los más sofisticados estudios en el Insead, supo permanecer orgánico al ambiente de ese local. Quizás sea su origen rústico, quizás simplemente sea un crack. Claus me acompañó a fumarme un cigarrillo social afuera –hoy había otro camarero y el local estaba repleto- . Oteó a dos metros de alemán, le sonaba de algo. Le pregunta si se han visto alguna vez. La masa dice que no. Claus recuerda y le suelta en un estruendo que quiso ser un prolongado suspiro de la sorpresa: ‘Síííííííí, fue en un ascensor, bajando del último piso del Mark Hotel’. Se hizo el silencio en la Tierra. De eso hacía nueve meses, pero a Claus le mola el tema de los acentos y no había olvidado el suyo. En estas que, tras el estrépito, el gran Thor reacciona y le recuerda: ‘Es verdaaaad!’, exclama con los ojos abriéndose en llamas. Y se ponen a hablar en protogermánico o en alemán. A Claus, parece ser que el inmenso dios teutón le recordaba a un amigo de su padre, que vive en Salzburgo. Por ahí que se presentan y Claus dice: ‘Claus’. Y el todopoderoso: ‘Klaus’. No se lo creían, rayos y truenos, estalla la euforia colectiva. Y siguen exclamando de cuestiones de origen. Claus casi se falling de un desmayo orgánico cuando el compatriota le dice que es de Salzburgo.
Sirva también, como puesta en escena, apuntar que Claus es de origen alemán, pasa las navidades en Suiza, los veranos en Salzburgo y fue educado en Inglaterra, donde se construyó recientemente una casa en Brixton. Bien? Pues seguimos, que los freaks somos bien orgánicos. Ahí viene su amigo -un punky medio rocker o al revés-, y me pide un cigarrito. Le muestro que son de liar. Se medio convence. Le muestro los filtros. Accede. Claus se fija en su acento, nota algo. Temblor en la Tierra. El compadre le suelta que también es alemán pero que hace cinco o seis años se mudó a Londres, a Brixton. Claus flipaba con su dichous. La suprema deidad rústico-germánica siguió abriendo el cielo con fuegos artificiales. Empapándose de la lluvia orgánica y calzando multicolor Claus se encuentra que en un mismo dichous le habla en catalán, alemán e inglés un suizo organoléptico, se reencuentra a un dios de la lluvia que se llama Klaus, que vive en Salzburgo y que se hablaron hace un parto y, finalmente, aparece un menda de la nada con origen de familia y destino de vecino a un océano y un continente de distancia.

En el desenvolvimiento orgánico de ese feeling Claus no caía en qué certera casualidad conectaba el rústico Windmill de Brixton con este San Francisco multicolor. Nos fuimos a tomar unos montones de gin tonic. Cuando J. el segoviano nos escucha hablar, en castellano, de los álamos entre San Rafael y Sausalito, el fenómeno no acredita. ‘¿El inglesito hablando de álamos con toda naturalidad y yo szin szaber si distinghiría uno?’, se pregunta en voz alta mirándonos con ojos, cejas, boca y aletas de la nariz abiertos hasta las orejas. De allí que Claus se pone a recitar a los álamos de Machado por allí donde el Duero traza su curva de ballesta. J. y yo nos descojonamos de risa. J. se quiere desmayar, 'es imposible'. Parece que a J. le han dado un duero bballestazo. La noshe embieza a curvvvarse. Nos alamos a caija muij tagdde.

Al día siguiente nos levantamos para ir a ver el partido de fútbol americano universitario entre los Cal Bears, de San Francisco, y los noséqué de Washington que, fueran el animal que fueran, salieron tan atolondrados de Berkeley como yo del Black Magic Voodoo Lounge. No pudimos ir a ver los 49ers porque jugaban el mismo día de mi vuelo, al día siguiente, así que viernes tomamos el metro para llegar hasta la ciudad universitaria, evitando así los atascos que cualquier evento relacionado con el fútbol causa en este país y los que se pudieran producir en nuestro cerebro. Este deporte se emite por todas las cadenas. Todos los bares tienen puesto un partido, o los highlights (mejores imágenes) entre que empieza uno y termina otro. Los días sábado no es posible ver otra cosa, literalmente. Llegué a los USA pensando que era un deporte estático y aburrido: me voy pensando que no lo es. Hay sobre todo técnica y estrategia elevadas a la enésima potencia de la perfección. La potencia es otro punto, claro. Pero esos elementos deportivos se ofrecen al espectáculo. Meu Deus. Para empezar son más de cien jugadores en plantilla: no he contado a las cheerleaders. Al estadio acuden también bandas que le añaden música a las jugadas una vez han finalizado. De las panderetas y banderolas ya ni hablo. Las paradas del negocio circundan el circo.












En este partido en cuestión la he flipado. Uaish cómo la burlan estos de yankeelandia. Voy a describir sólo lo extrasensacional, lo sólo sensacional lo omito. Para empezar, el mejor hot dog del mundo. Ya está, sólo una línea. Para continuar, a un partido universitario en el que no se juegan nada han asistido alrededor de 20,000 personas, sólo a ver jugar. Tratando de no desfallecer te digo que había centenares de músicos perfectamente orquestados y equipados y doblo las centenas para numerarte el volumen de cheerleaders que han desfilado por allí. Es más, a mitad del partido han montado un show de la nada que me he quedado patidifuso. También las mascotas, los músicos y diversos atletas han contribuido con su espectáculo. ¡Pero si es un partido corriente! He grabado parte de los numeritos y me evito las mil palabras.






Hacía un sol espectacular y el perrito caliente no fue el único detalle orgánico del día. Claus y un servidor nos vamos a curiosear el ambiente por el centro del campo, donde se situaban escalonadamente los miembros de una de las bandas, la más numerosa. Tras ver de cerca el calentamiento del quarter back -(no recibe nunca el pase el tipo: le ponen a otro menda al lado para recibir el pase del jugador a quien el quarter back lanza, ¿me expliqué? Es como si tú y yo nos ponemos a hacernos pases, y yo soy el quarter back, pero metemos a una tercera persona para que reciba tus pases para que yo no me lastime o me desconcentre de mi labor, ¿sabes?, acojonante. También tienen una portería que clavan al suelo para que el pateador chute allí la pelotita y nadie la deba ir a buscar. Matizado)-, pues bien, ya pusimos rumbo al segundo hot dog y un tipo grandullón se levanta de su lugar, me señala y se pone a vociferar, solo, algo que en español vendría a decir “anda-anda amigo ya te estás quitando esa camiseta roja”. Me lo estaba mirando desde que se levantó. El tipo va mirando a su alrededor y sigue señalándome y entonando la misma canción. ¡Ja! Se levantan todos a su alrededor y a entonar juntos: “Anda nene quítate esa camiseta roja” (traduzco a mi aire el tonillo).

No daba crédito. Me hacía gracia. He cantado mil canciones de ese tipo, con diferente letra. Y sí… sí… poco a poco toda la grada se pone en pie. Subo tres peldaños para avisar a Claus, que creía que era una tonadilla de la banda musical. ‘Claus’, le digo, ‘sujétame esto que la canción va por mí’. ‘Nooo’. ‘Sííí’. Y miramos el estadio: es una locura general. Hay gente de pie del otro lado, estamos flipando. Me quito la camiseta entre risas, difícil saber quién está más rojo. La ondeo con alegría en señal de rendición. La gente a mi alrededor aplaude excitada. Se me acercan rápidamente varias personas para decirme que lo he hecho muy bien, que es una broma, que disculpe si algo me ha molestado. Les contesto encantado, estas cosas son bien divertidas y nunca las había hecho en un estadio de los Cal. Nos enteramos que el equipo universitario rival de la ciudad, los amigos de Stanford, visten de rojo. Pues no habré llegado yo aquí como un típiquen atolondradum empanetis. Claus y yo observamos. Tienen razón, no hay una p____ camiseta roja en todo el estadio. Y ni una es ni una: la mía colgó del pantalón el resto del match, hacía un sol espléndido, como te decía al empezar.

Paseamos por Berkeley a la salida y comprobamos el ambiente de las cofradías, esas que siempre había visto por televisión. Están bien animadas, como la calle del Telégrafo: muy buena comunicación. Los falling colors embellecían las arboladas y tranquilas calles de esta villa universitaria. Volvemos a casa. Qué buen y festivo ambiente. En Embarcadero decidimos tomar de vuelta el tranvía de la línea F. No es el que hemos visto en las postales, no: la también romántica línea F se propuso rescatar del desguace del olvido a los tranvías de época del resto de ciudades del mundo: el naranja de Milán, el rojo de Boston, el verde de St. Louis, el gris paquidermo de Brooklin, el amarillo de Los Ángeles… Recoge la historia que los primeros trolleys, de principios de siglo XX, comenzaron a ser sustituidos por los modernizados PCC, más silenciosos que sus predecesores. Los primeros de los 4500 que circularon por los USA sirvieron a Brooklin, Pittsburgh y Chicago en 1936. Curiosamente San Francisco fue la última en ser modernizada y abastecida en 1952. Casi todos los que se lucen, entre este traqueteo y este campaneo y este toque de silbato de nuestro histórico circular, son estos PCC pero, hoy en día, no sólo podemos también ver pasearse a los clásicos cable cars de la línea Powell & Market, en la retina de todos, desafiando las cuestas de la ciudad y con su toque de campana peculiar, sino también los especiales vintage streetcars azul y amarillo de 1914, por esta clásica y variopinta catenaria, de histórico circular, de la Línea F.










Un trato parecido con el pasado parecía acontecer de nuevo en el Pier 39, donde lo que parecían dos fragatas de siglos distinguidos silueteaban los falling colors del atardecer. Ya más atrás el Golden Gate trazaba en el firmamento el rasgo distinguido de esta tranquila ciudad de leones del mundo marino, gentes de mundo, tranvías y calígrafos del mundo, mercados para el mundo, mejores sushi del mundo... un mundo de vidas, vidas de un mundo y miradores galácticos. Colores del feeling. Colores del falling. Y un último atardecer feeling the falling. Transcurre un tranvía en la línea F. Creo que es una relíquia de Zürich, o de München… pasó. Optamos por un cioppino en Cioppino’s. Es un cuenco de caldo de pescado en el que cabe la bola del mundo, sazonado de highlights. Y volvemos a casa paseando por Guirardelli Square.











Al día siguiente madrugamos bien. Hay que despedirse de todo esto. Habíamos decidido confirmarnos en la Bahía a primera hora de la mañana: a realizar la última prueba y a desquitarse. Esta vez con gorro y gafas de profesional. Era muy pronto, apenas se comenzaba a levantar la foggy, no me acuerdo de nada, nada y nada y nada hasta que llegué, me desmonté y me fui como pude para la sauna. Me reía, ¿cómo puede ser tal desmonte? Perfectamente recuperado en la ducha, con las secuelas del cansancio deslizándose por mi piel y el peso de la mañana escurriéndose por el desagüe nos fuimos al Starbucks, ya abierto, a tomar un buen café, un buen sándwich y un agua. Recogemos el equipaje de mano. Nos vamos al aeropuerto. Todo en orden. Abrazo amigo. Ciao. Y el día siguió en su despliegue múltiple de rumbos y, en ese pliegue, nos dijimos adelante.













Me llevo dos palabras que, como las frutas, también vivifican el recuerdo. Y una tercera más malomáctica para madurar. Lo orgánico siguió por los aires. Llegué al famoso Obelisco de la capital argentina, a las cuatro de la tarde, para encontrarme con Bárbara, que llegaba ese mismo día de Florianópolis, y con Gabi, la Twin de la Concòrdia, que se iba de vuelta ese mismo día a Barcelona. Los tres estábamos a las cuatro y nos tomamos cinco si no fueron seis. Fue en el ‘Café de la Ciudad’, qué desparpajo. Gabi Twin derrochaba su periplo, también mochilero, por Argentina, saciándose con las aventuras y las cervezas y los kikos y los cacahuetes... : era su último día de vacaciones en Argentina. Me acordé de , el cantante paulista con quien compartí vuelo hacia Brasil. Él finalizaba su viaje y yo me venía para empezar.



Nos despedimos de Gabi con un feliz viaje y empecé a cargar maleta. 'Meu Deus, qué has traído aquí'. Sólo voy a transcribir el primer dato: 30 camisetas. Bueno, es joven, no me importa cargar con eso. Llamamos a Sebas y quedamos en Congreso de Tucumán. Allí nos tomamos la séptima y me salvó de un despiste que podría habernos salido caro, sino a mí, a la espalda del pícaro ladrón. La urdimbre de la trama consistió en que alguien dejó caer unas llaves al suelo. La reacción del incauto habría sido acercarse a esa persona para devolverle las llaves. Yo estaba más pendiente de la emoción del reencuentro que del llavero, que tampoco cayó tan en mi costado, así que sólo escuché esa llave entre el ir y venir de las olas de mi séptima Quilmes y pendiente del ir y venir del camarero con la octava. Minutos más tarde se repitió el tintineo y recordé la ocasión anterior, así que esta vez sí que estaba cerca la concha de la llave y reaccioné y la recogí y me levanté para alcanzar a su dueño. Resulta que el dueño tiene un compi que está peleando con los treinta quilos de tu mochila. Suerte que Sebas andaba sin Quilmes, suerte que Bárbara no se olvidó nada en casa. Qué buen equipo.

De esa esquina de mi vida nos fuimos en coche hasta su hermosa casa para reencontrarnos con su hermosa mujer Paula y, también, con muchos hermosos recuerdos a través de las fotos del salón, de la cena entre los arcos del jardín y los arcos de las cejas en suspense sorpresivo y del vídeo de su enlace. Él y su familia han estado y están muy vinculados al rugby y nos hemos relacionado a través de él desde múltiples perspectivas y siempre, y repito siempre, con muy buena onda. Estuve entrenando a su hermano pequeño este año, Francisco, y me tocó dormir en su antigua cama. Dicen del rugby que es como una familia, aunque nunca dijeron de qué tipo de familia era. En todo caso, creo que todos los deportes son como una familia, el deporte en sí lo es, no sólo el rugby, por descontado. Pero acostado allí en esa cama en esa primera noche de mi viaje del viaje pensé qué buena gente y trabajadora son esta familia.



Al día siguiente cargamos mochila, maleta de mano y mochila del día a día viajero hacia Puerto Madero, donde trabaja Sebas. Dejamos la vida en el auto a buen recaudo y Bárbara y yo nos fuimos, recautos, a pasear. No sé por qué aquí ya todo es más que lo simple y a muchas palabras las encabeza el re-. Relindo, reconcha, recontraconcha. Cómo le llamarán a este resol? Encontramos el hostal para estos días. Comimos con Sebas nuestro primer almuerzo y nos acompañó a descargar. A la salida del trabajo vino a tomarse un té, o un café, o un chocolate, con nosotros al Café Tortoni. Nos llamó a menudo estos días para saber si todo estaba bien y nos intentará conseguir entradas para los Fabulosos Cadillacs, concierto al que asistirá con Paula el sábado en el estadio del River Plate.

Fuimos a cenar donde Mati y Mumi también. Nos conocimos menos y prácticamente desde una sola perspectiva, de modo que era buena la ocasión para aumentar los baremos, dado que también es a través del rugby nuestra vinculación. Nos reventaron a empanadas, pizza y cerveza negra y charlamos bien y de todo hasta el cierre de su pizzería. Nos ayudaron a definir mejor nuestro trayecto por Brasil durante el mes de febrero y Mati nos acompañó hasta la puerta del hostal tras circular entera la Avenida Libertadores. En ese prolongado trayecto comenzamos a captar la inmensidad de esta ciudad y lo despierto de sus gentes. Es un siempre empezar de nuevo. Nos deseó lo mejor para estos días, esta gente se 'pre ocupa', e intentará organizárselo para acercarnos a Tigre y recorrer el delta en su barquita, lo que nos ha hecho mucha ilusión porque teníamos en Tigre marcado un día de nuestro itinerario.

Durante los siguientes días recorrimos el microcentro, el centro y el más allá: de zona verde a zona verde y pateo porque me toca. Nos fijamos en todo y, todo, estaba bien: somos ojos nuevos en esto. También organizamos nuestra marcha de la ciudad, nuestro primer colectivo, hacia Península Valdés, como Gaby, mi mentor argentino en Barcelona, nos había recomendado. Con Andesmar, como Gabi, la Twin de la Concòrdia, nos había aconsejado. Y hoy jueves hemos ido para la Boca, que debe su nombre a la boca del Riachuelo, aquí enfermo, que desemboca en el Río de la Plata. Nos han aconsejado mucho no salirnos del Caminito, que no es de baldosas amarillas, pero pesca el mar en adoquines; que no tiene hombres de hojalata, pero tiene chapas para el hogar; que no tiene brujas ni buenas ni malas, pero encantadores del pasado y del porvenir; que no tiene leones cobardes, no, que tiene un bravo rugir; que no espanta los pájaros, no, que los deja vivir: que tiene magos del arco iris como un sentir. El Caminito está aquí, en el Barrio de La Boca. En la boca del río. En la boca, del río del habla. En la boca del río del habla capital.














Para el sólo turista, ya en la boca del barrio te embocan. Ya en La Boca se desboca el habla. Bocas de oreja a oreja, bocas de piñón. A boca llena y a boca de jarro, boca de verdades. Y de boca en boca va, el astro dios, que nos dejó... con la boca abierta y que vuelve... a qué quieres boca: Diego no se les cae de la boca, que lo tienen siempre en la boca, en su Boca. '¡Pida por esa boca!' Y si se le hace la boca agua puede ir haciendo boca...por aquí. Con cuidado que La Boca desemboca, en la boca del lobo...no se meta...por allí. '¡A pedir de boca!' Y colores boca arriba... por aquí. Y colores boca abajo... por allí.
Como pieza de museo, digamos, como pieza de turista, puede ser un lugar también desangelado. Su visita, ineludible.

Suena el teléfono. Corto la conversación con el porteño más culé de La Boca. Son mis padres. Otra vez respondí con alegría. Todavía no me lo figuro. Tras un segundo de silencio no hizo falta decir más que estaba todo dicho.

Me lo dijeron por la boca: no pasa nada: la iaia traspasa: con buenos aires: en el fondo.


En La Boca nada cambia,
En La Boca nada es lo mismo,
Por la boca nada, el abismo.

Bocanada de color y formalismo,
Por mi boca nada en espejismo
El color: la forma, la nada, el cambio.

Y vengo a encontrarme al fin, en el fondo de mí mismo.
Allí, sin figura, me desfiguro:
Fluir, de mar de plata en los ojos,
Laguna Estigia en los aires que me dan la vida.

Lágrima argenta más preciada, niña de mis ojos, te vas.
Aquí afuera de mi aliento figuraste.
A ti los aires te la quitan. Nado contigo. Aliento.
Nada contigo cambia en el fondo de mí mismo.

Los aires nos llevan y llevarán.


Y pasa un figura, es una hormiguita, la hormiguita roja, la hormiguita de Argentina, se llama Esteban Florentín y es un guaraní de Corrientes. Pelea por su vida de pobre y sus causas ricas; detrás de la risa, la fraternidad y el compromiso. También tiene conciencia por la de los demás y está aprendiendo a usar el ordenador para llevar su mensaje más lejos. No habla por boca de otro. Estoy pendiente de su boca. Me ha dado su correo electrónico y, si hemos aprendido lo justo, le enseñaré lo que sepa de cómo manejarse por un blog. Y esta es nuestra foto, tengo que mandársela.