También he estado comunicándome con España en este tiempo, tanto por vía mail, vía skype, facebook y teléfono. Me gusta comunicarme con los míos, es una agradable sensación recíproca de estar aquí y allí. A medida que se va acercando el día de mi partida voy ultimando algunos detalles. De los 20 kg de equipaje que Swiss Air me dejó facturar, 8 correspondieron a páginas de periódico que mi abuela había ido recortando y guardando para mí durante los últimos cinco años. Se trata de la última página de La Vanguardia, la cual se destina a una sección llamada “La contra” y consiste en una entrevista que se concede a alguien que ha realizado algo peculiar, relevante, como correr una maratón por el desierto con un problema serio de hígado o viajar por el mundo en silla de ruedas o, desde un punto de vista más claustral e igualmente panorámico, haber publicado un libro o un estudio recientemente. Cada vez que fui a visitar a mi abuela durante estos cinco años me entregó las últimas ‘contras’ y nos poníamos a leerlas y a comentarlas. Lo combinábamos con tantas otras charlas durante mi visita, en la que a menudo saldríamos a pasear o iríamos a comer a “Ca La Iaia” o a visitar chatarrerías o vertederos. Le encantaba aprovechar las cosas, aprovecharlo todo, y se quedó alucinando el día que fue a la planta de reciclaje y le explicaron personalmente cómo se procesaban los residuos y qué se podía aprovechar para hacer después con ellos. No iba a verla durante prácticamente un año, así que decidí llevármela en el corazón y en el equipaje del viaje, claro.
He podido hablar con la familia y los amigos, y tanto Bárbara como yo tenemos el itinerario de los dos primeros meses de ruta bastante claro. El último mes, el tercero, será en Brasil, con amigos de Barcelona, de modo que lo iremos concretando con ellos también, aunque los tramos que precisan vuelo ya los he podido solucionar esta semana, un día antes de volar a SF. La maleta ha sido fácil de hacer, ya que vine con 4 kg de ropa a Brasil, de modo que me lo llevo todo. Se lo he dejado preparado a Bárbara para que lo cargue en la mochila grande que compré. Se la dejo para que añada allí su ropa, qué miedo me da, y yo me voy a SF con la maleta de mano con apenas unos libros, el portátil y un par de mudas.
Sale el sol el día que me voy, es un día claro. Reluce. Rita nos acompaña al aeropuerto. Bárbara se queda conmigo. La compañía Gol me dice que no puedo subir al avión con más de cinco quilos. Sólo la maleta y el ordenador ya los pesan, no puedo rebajar más mi equipaje, creo. Le explico que debo hacer enlace en Sao Paulo y dispongo apenas de una hora para hacerlo. Mira a derecha y a izquierda y me dice que la suba pero, que si hay cualquier problema, la deje en un asiento libre o algo así. Se lo agradezco, me despido, me demoro, me voy.
Observo la isla tras el despegue. Me habría gustado sacarle unas fotos, pero me doy cuenta tarde. El vuelo fue perfecto. Ya en Guarulhos me río con los paneles de ‘transferencia’ y sus reminiscencias. Le pido al joven que sella el pasaporte que me estampe también el libro de Charlie. Le sale una sonrisa. Salgo de Brasil. Y llego a Dallas. Toca hacer la cola de inmigración y rellenar el clásico formulario. Lo hago con un punta fina rojo, el que tenía a mano, y la chica que me ayuda a rellenarlo de nuevo con un pertinente bolígrafo negro me muestra interés sobre mi procedencia y mi destino. Le hablo de Charlie y se entusiasma. El policía que estampa los pasaportes me pregunta que dónde voy a vivir. Le digo que en casa de un amigo que ha escrito un libro el cual voy a traducir. Se lo enseño, se lo mira, se interesa por él y ya le empieza a cuadrar todo. Le pido si por favor me lo podría sellar. Accede. Accedo a los USA. El aeropuerto de Dallas es enorme. Despegamos. Aún no son las seis de la mañana y me fijo en las transitadas carreteras desde lo alto. Es impresionante el tráfico que tiene esta ciudad tan pronto por la mañana. Fotografío el amanecer, desde pequeño que presiento la perspectiva desde el aire como de lo más sabia y privilegiada. Qué panorámica. Clarea.
Vamos a tomar un brunch a 'El superburrito mejicano'. Le encanta el picante. Nos vemos enfrascados en una buena conversación sobre el Charlie bebiendo una cerveza negra, con el Barça-Sporting de fondo y comiendo unos burritos, sabrosos y sencillos. El Barça marca dos veces. Al salir, letras pintadas decorando la pared se despiden con un “Hasta luego amigo. Come again”. Salgo y veo el cartel de una tienda, se llama Barcelona. Y llueve un poquito, qué familiar resulta todo, qué cercano, qué orgánico diría yo. Vamos para la ferretería y nos hacen copias de las llaves de su casa; cruzamos hacia el Harvest Stores, una tienda de mobiliario que está liquidando stock. Claus había pedido una mesa hacía ya un mes, quizás algo más, y estaba ya un poco mosca porque ninguna de las veces que se hubo pasado por allí pudo irse con la mesa, ya que aún no se la habían podido traer del almacén. Entramos, su mesa está en un primer plano protagonista. Entre los dos, imposible de otro modo, la cargamos al coche y la subimos a casa. Vaya, nuevo huésped y mesa nueva, muy rústica. Qué orgánico de nuevo todo, ¿no?
Todo fluye a pedir de boca, y nos preparamos unos cócteles, un auténtico clásico: el Bull Shot. Sorprendentemente, su ingrediente estrella es el caldo de buey, sin grasa: por lo de orgánico, supongo. Y nos ponemos a charlar, y a lo orgánico de las conversaciones sobre mi década de los veinte, la violencia, las decisiones, las entregas, mi estado actual y la relación con el Charlie como un renacer, se le añadían sonrisas acompasadas, eufóricos “pues queda muy bien aquí la mesa” y clarividentes “le da un toque rústico”, “muy rústico”. Después ducha, deshacer maletas, Dirty Martini, gambas con ketchup y rábanos picantes, nos ponemos al día de su práctica psicológica él y de mi estado psicológico yo y partimos hacia el 'Tommy’s Joint', un antro bien popular en el que se puede comer típiquen, bien y barato. Allí probé la típiquen mustard con rábanos picantes, también el salt beef, las bbq beans y la cerveza belga fuerte. Tras tres meses en Brasil echaba de menos la cerveza fuerte. Es costumbre dar un 20% de propina en este tipo de establecimientos, ya que las propinas constituyen el sueldo íntegro del camarero. Pese a que echaba de menos la civilización, hay aspectos de ella que me siguen pareciendo bien agresivos.
Después de cenar nos dirigimos a un par de locales algo más chic. El primero, el 'Press Club', en el 'Four Seasons', ofrece una degustación de vinos. Aunque cierra a las 21.00, nos da tiempo a degustar la catadura de rigor. Desbrozamos el paladar para un análisis organoléptico, en el que resaltaron el impacto de la nota amílica excesivamente pronunciada de las cepas exóticas, la detección olfatométrica y cromatográfica de los elementos volátiles del pinot o la descripción de los aromas frutales de la maceración de las esencias de la piel de uva y sus infusiones coloreadas y aromáticas. Un espectáculo, casi acertamos el que tenía un bouquet cubierto por un manto cítrico y por una papila que no damos en el más malomáctico de todos, que aún no sé qué significa. Qué risas. De allí nos vamos al 'St. Regis Hotel' a tomar unos cócteles junto con dos de las rubias del 'Press Club', quines quisieron alargar la noche con los someliers más extra vagantes que hubieran conocido. La conversación en el Hall principal es bien agradable, aunque tras un gin tonic, a esas horas y tras tantas otras de viaje y con el cambio horario y las emociones y el shock de la civilización y mi sensibilidad a los efluvios taninos y olores floridos, tamizclados, ahumados con notas algo verdes de hojas arrugadas y aromas rústicos de cerezas y frutillas… bien, yo empiezo a sentir que preciso ir a… ir a por el segundo gin tonic.
A esa altura de la noche ya acortamos definitivamente distancias con las confortables y risueñas butacas de justo al lado, donde cuatro chicas, más variopintas que una uva macerando en alcohol, están entablando una conversación mucho menos agitada de lo que van a notar a partir de ese momento. Claus está enrolado en una historia de adicción al sexo que, además de ser un foco de estudio para sus clases de psicología clínica, también le da luces durante las noches orgánicas de SF. Qué escándalo comedido. Ya bien tarde nos vamos hasta Ocean Beach, una playa bien larga y ancha que, como su nombre indica, está orientada al Pacífico y no a la Bahía, en otra vertiente de la ciudad. Empieza en el ordenado y cuadriculado barrio de Richmond y sigue por el ordenado y rectilíneo barrio de Sunset que, como su nombre indica, está orientado a la puesta de sol. Sin embargo, es el claror de la luna el que riela en un mar de reminiscencias adolescentes. Las estrellas de SF, el batir de las olas, su rumor que acompasa la brisa, la arena fresca, las… las luces de una patrulla cuyo ocupante está empezando a multar el coche…!!! Tras una conversación bien fluida de Merlot, el amigo nos perdona la vida y volvemos a casa sin que nos falte de nada. Yo creo que fue Santa Clara, que por algo es franciscana, quien clandestinamente abandonó su claustro en los cielos y se nos apareció para clausular la negociación. Si debo clausurarme en penitencia y enclaustrarme en un convento de clarisas, lo hago sin claustrofobia.
En este punto clave de la clausura, ya en casa de Claus, trato de clasificar el día antes de claudicar. Apenas puedo siquiera clarificarlo, pero con la clareza del claro de luna en Ocean Beach y el clareo tintineante de mis primeros astros en este enclave y la clarífica bondad de Santa Clara bajando al sur, se me aclara la clave: a mí, la clase de este clásico me parece ¡claustral!