
jueves, 25 de septiembre de 2008
Si pe entonces qu (preámbulo de "con f de fatatas")

con f de fatatas
Sólo un poco de la historia de Florianópolis: Esta parte es la aburrida, te la puedes saltar, pues aunque nadie haya venido a certificarlo, parece que tarde o temprano perderemos todos la memoria. Sea como fuere, se tiene registro de ocupación humana en la Isla de Santa Catarina desde el quinto milenio antes de Cristo. Para hacernos una idea, valoremos que Irak estaba en Mesopotamia y no había nacido Jose Ramón Alexanco. Al sistema de vida tradicional basado en la agricultura, la ramadería y la pesca se le sumó el sector comercial con la llegada de los portugueses -sin Luís Figo y sin Cristiano Ronaldo, pese a lo comercial y lo portugués-, quienes la colonizaron en el Siglo XVI y la llamaron Nostra Senhora de Desterro. Fue una medida estratégica, tanto en el plano comercial como punto de abastecimiento en la Ruta al Mar de Plata, como en el geopolítico como modo de contrarestar el avance de la colonización española por las tierras del Nuevo Mundo. Más adelante, durante el Siglo XIX, cuando en la Vieja Europa ya se notaban los pros y los contras de la Revolución Industrial, las guerras entre Länder, que terminarían en la Unificación Alemana de 1871, provocaron un continuo corriente migratorio del campo a la ciudad que, cuando empezó a ser problemático -tanto por razones demográficas como económicas-, se transformó en una migración de la ciudad a la colonia. Eran el propio Gobierno Imperial y los Agentes de Emigración los principales impulsores de esta corriente migratoria de alemanes hacia el Estado de Santa Catarina, pero las promesas de aquéllos, junto con la esperanza de los 5 millones de alemanes que se desplazaron allí a lo largo de todo el siglo XIX, no fueron más que el pistoletazo de salida de una colonización, finalmente, marcada por el carácter perseverante, atento y esforzado de sus colonos y sus líderes.
Sólo un poco de la colonización alemana: La colonización no es un concepto que caiga simpático hoy en día. Sin embargo, de su estudio se pueden obtener grandes lecciones sobre todas las dimensiones del ser humano. Insisto que no sé nada, que yo sólo había oído campanas, pero lo que tienen la amistad, el amor y la lógica combinada en un día cualquiera en el que paseas por las calles de Florianópolis para preguntarle quién es: yo buscaba un restaurante para comer, y una tienda donde comprar cajas, sí, de cartón, para guardar cosas, y quiere el destino que me vea bajando unas escaleritas hacia un sótano en el subsuelo para encontrarme entre la memoria del tesoro, esta vez paginado en miles de ejemplares de segunda o tercera mano. La conversación con ese hombre fue no sólo fascinante, sino arrebatadora. Tras notar mi interés por saber más de la influencia alemana en la actual Florianópolis, me explicó que una figura cuya vida corre paralela al proceso de mayor cambio y desarrollo en Florianópolis, y cuyas hazañas se confunden con las de la propia ciudad, es la del alemán nacido en Hamburgo Carl Hoepcke, quien formó parte de las corrientes de inmigración mejor adaptadas al Nuevo Mundo (1848-1870) y emprendió ambiciosos planes comerciales y empresariales a partir de la experiencia y ayuda de su tío Ferdinand Hackradt, quien a su vez vivió los avatares del colonialismo en Blumenau, ciudad a la que dio nombre el Dr. Otto Blumenau quien, a cargo de la Sociedad de Protección de Alemanes al Sur de Brasil (1846) incentivado por Otto von Bismarck y Alexander von Humboldt, entre otros, transformó, lo que en 1852 eran once lotes de tierra, en una colonia que, 20 años después, era habitada por 6000 personas que se distribuían las funciones de escolarización, servicios médicos, elaboración de cerveza, azúcar, mandioca y vinagre, principalmente. Blumenau es la ciudad que mejor conserva esa tradición germana, y las estructuras tanto económicas como arquitectónicas que aún se sostienen se bañan a lo largo de cada mes de octubre con litros de cerveza durante la colonizada fiesta Oktoberfest. Sea como fuere, dar salida a miles de campesinos empobrecidos y desprotegidos de los saqueos y del proceso imparable de la industrialización mediante la concesión de la explotación de una nueva tierra no parece la peor de las soluciones desde una perspectiva europea. Cabe preguntarse y analizar, sin duda, el impacto que tales acciones suponen desde una perspectiva indígena.


Esos hombres que unían a hombres, esos líderes que unían a comunidades, esos puentes que unían a territorios, esos barcos que unían a continentes... Desde este prodigio de la ingeniería de 5000 toneladas de acero americano, construído a partes similares entre brasileños y americanos, en el que antaño discurrieron tantas personas, pensamientos y sueños en forma de conjetura, discurrido el tiempo y corriendo la corriente, me viene a la mente la lógica y la magia combinada. Pienso en el misterio que precede a la sabiduría en la tienda de Chico, el regente del pequeño, escondido y subterráneo local rebosante de libros de segunda mano que me ha guiado en el acercamiento a la realidad alemana de Florianópolis. Medito en mi amigo C, de ascendencia alemana, que escribió a CH, y que está viviendo en San Francisco. Imagino a aquellos hombres para quienes los barcos les hablaban de un viejo y un nuevo mundo que se unían con vistas al por venir. Observo con semblante dispar a los hoteles altos junto a los edificios abandonados, recostados sobre otros envejecidos, que se hayan pegados a los de reciente construcción, que estan pared con pared con la horizontal y colorida arquitectura portuguesa, al otro lado de las favelitas con colores que, con el puente en obras desde hace quince años, tienen vistas al porvenir. Me pregunto, después, si el futuro vino, y qué le pretendió, cada cual.

jueves, 11 de septiembre de 2008
Si alguna vez tuve lo que fui
Un dichous es un dichous: Un jueves, como hoy, se conoce en idioma catalán como un dijous, y en el universo de aquéllos que nos reuníamos regularmente, y a lo largo de los años, tal día de la semana, se reconoce como un dichous. Pronunciarlo así, distinto, le daba la categoría exacta al nombre de referencia. No me preguntes por qué tenemos, al final, la habilidad de sellarle una naturaleza propia al común de las convenciones que nos sirven para relacionarnos. Léase que, quizás de algún modo, también nosotros tenemos la necesidad de elevarnos sobre los días que pasan y que entregamos mediante un sutil y nuestro alarde de identidad, mediante un guiño simpático a la permanencia de la vida que, también en su día, pasó y se nos entregó.
La familia: Y ahí me tienes, quizás trece años después de la Fundación Oficial de aquéllos encuentros entre amigos, en el Aeropuerto del Prat, en Barcelona, un dichous, a punto de tomar un vuelo con destino a América, aquél continente al que la convención se refirió como el Nuevo Mundo y que ahora, para mi pequeño universo, iba a significar realmente. Y ahí me tienes, rodeado como en pocas oportunidades sucede, quiéralo el azar y la ocasión, de mi familia. Créeme si te digo que, cuando tocó alejarse por las escaleras mecánicas, automáticamente, sentí la presencia de su sangre más fluída que nunca. Me dio la sensación de que me habían querido siempre, y ese sentir no ocurre a cada momento aunque permanezcas muy cerca a su lado. Y ahí me tienes, ya en la zona de embarque, en el piso superior, saludándoles cada vez que los recovecos de las cintas, esas que habilitan para el mejor rendimiento de la cola de personas dispuestas a partir, me acercaban al punto desde el que era posible reanudar contacto visual con la escena que ya había quedado grabada en mi recuerdo. Y ahí me tienes, contemplando, mientras alzaba tímidamente mi mano, encogiendo y estirando cada vez más lentamente mis dedos dibujando para el aire una penúltima despedida, cómo mis sobrinos, disfrazados de adorables espadachines, protagonizaban ya la siguiente escena de una obra que, de ese momento en adelante, iba a compartir escenarios bien distantes. Ellos jugaban a batirse, mis hermanos acompañaban el duelo con risas e indicaciones, mis padres se miraban y sonreían. Yo, disimulando, traté de no entorpecer el ritmo de la cola de personas que partían.
A Zurich: Ya en la puerta del vuelo que partía hacia Zurich hice una última llamada y recibí, aun con sorpresa, la última conexión con mis padres. Querían saber cómo estaba y les expliqué que había conocido a Ángela, una brasileira que, al verme vestido con la camiseta carioca que me habían regalado mis amigos durante la fiesta que me prepararon como despedida, se había maravillado de mi dominio del idioma español. Iba a ayudarle con la conexión de vuelos en Zurich, ya que ella era fatal para estas cosas, y ya me había empezado a hablar sobre las maravillas de Paraná, donde por primera vez en tres años iba a reunirse con sus tres hijas, la mayor de las cuales, de 21 años, había quedado embarazada y rechazada por un joven de Sao Paulo en Japón, donde trabajaban. Ángela estuvo casada con un señor japonés, después divorciada y actualmente tenía un enamorado -como dicen en portugués-, también de Sao Paulo, en Barcelona. Mis padres sonreían al otro lado del teléfono como cerciorándose de que la vida sigue con la historia, y yo me miraba a Ángela pensando que iba a tomar su mismo vuelo para encontrarme con mi enamorada -como dicen en portugués-, que es de Salamanca, que conocí como peregrino en León, que estudia en Florianópolis y que, recréase el azar en la ocasión, tiene 21 años.
A Sao Paulo: Tras hacer el último gasto en euros en un agua para ella y un sprite para mí, la dejé en su asiento del Boeing 747 citándonos para la salida, 12 horas más tarde. A mí me toco en la fila central y hacia la parte trasera del avión. A mi izquierda tenía una pareja de la Guayana, aunque eso no lo supe hasta prácticamente el final del trayecto. A mi derecha, en cambio, se sentó Rodrigo Sá, un cantante y capoeirista de Sao Paulo que se presentó al momento de mirarnos diciendo "Sá", a lo que respondo "Ro". Me lo miro levantando ceja y comisura izquierdas, mientras asentía con la cabeza, como respondiendo a sus ojos abiertos, cejas de arco en tensión y desplazamiento hacia atrás del cráneo como dejándole el espacio a la sorpresa. Sí, sí, "Ro-Sa", le digo. Acto seguido nos pusimos a hablar de los seis meses que había estado él viajando por Europa, tocando en el Rock in Rio y otros conciertos en Lisboa, Madrid, Bruselas y Amsterdam. Ahora su viaje tocaba a su fin y le esperaba su enamorada doce horas más allá en el tiempo y 7000km más allá del punto en el que nos tocó empezar a discurrir. También lo hicimos sobre mi viaje, que en este sentido geográfico, no era un regreso, y que en el sentido de vivencia, tenía todo por empezar.
